Un dios de la guerra yacía tirado en el interior de un enorme cráter de la ciudad de Metrópolis, roto y destrozado, escapándosele su vida en cada jadeante respiración. Ares había fallado en derrotar a la Liga de la Justicia y en corromper a su hija Diana de Temiscira. Su bello rostro se crispó por el dolor, cuándo intentó ponerse en pie, había perdido su casco y debía recuperarlo, desesperado miró en todas direcciones y no lo vio en ningún lugar, mientras escuchaba cómo los autodenominados héroes de la Tierra se acercaban a la posición dónde se encontraba. Soltando un largo suspiro y apretando los dientes consiguió ponerse en pie, su armadura estaba destrozada y sangraba por una docena de heridas, pero eso no le importaba por qué con su casco podría recuperar todo su poder y sus heridas sanarían al instante. Una sombra apareció en su campo visual, el sol hizo relumbrar el rojo intenso, el azul oscuro y el dorado de la armadura de su enemiga, flotando sobre él estaba su hija, preparada para atacar nuevamente. Ares observó cómo la armadura se ceñía cómo un guante al cuerpo de Diana, su largo pelo negro revolotear por el viento y su acerada determinación en aquellos ojos azules tan intensos como las aguas de los océanos.
-Hija mía...-la voz de Ares sonó jadeante, mientras recogió con esfuerzo su espada del suelo y sonrió mostrando unos dientes perfectos manchados de sangre. -Veo qué has sido... la primera en venir a interponerte en mi camino. ¿Piensas derrotarme tú sola sin la ayuda del Kryptiniano o del Murciélago?
-Puedo vencerte, Ares -respondió con un rugido desafiante Wonderwoman, a la vez que alzaba su mano derecha mostrando su trofeo: el casco de Ares. -Por qué sin tu casco no eres nada, sin él no puedes derrotar.
-¡Suéltalo, Diana! -gritó Ares terriblemente asustado, palideciendo al instante de ver su casco. -No juegues con un poder que desconoces, niña. Dámelo, antes que deba arrebatártelo y hacerte más daño del que nadie te ha hecho nunca...
Lanzando un grito de guerra, Ares se abalanzó hacia Wonderwoman para arrebatarle el casco. Sus espadas chocaron sin parar, lanzando una lluvia de chispas en cada choque y enzarzándose en una danza mortal en los cielos de Metrópolis. Ares siguió lanzando una lluvia de golpes, uno detrás de otro, sabiendo que el tiempo se le agotaba y que en segundos estarían el resto de héroes allí. Agarró el casco con su mano derecha y forcejeó con su hija por él, obligándole a golpearla con ese mismo objeto en el rostro. El siseo del metal hendiendo la carne, sonó cómo un susurró en los oídos de Ares y lanzó un grito de dolor agónico, sus ojos bajaron y vieron sorprendidos la espada de su hija atravesando su estómago, que luego tiró del arma con una fuerza brutal y lo dejó caer contra el destrozado asfalto de la calle. Los héroes acababan de llegar, Ares los miró con sus ojos cargados de agónica muerte y sonrió levemente al ver sus rostros pálidos de la sorpresa.
-Habéis llegado muy... tarde...-Ares alzó una mano temblorosa hacia el cielo y señaló a su hija-. Yo... he ganado...
Su brazo cayó al suelo de golpe y Ares murió con los ojos en blanco fijos en el cielo, viendo caer a la heroína más poderosa de la Tierra. Wonderwoman temblaba sin parar, su espada manchada de sangre resbaló de su mano derecha y alzó su mano izquierda, sus ojos llorosos estaban fijos en el casco de bronce oscurecido. Podía sentir el poder de aquel objeto, acariciarle la palma de la mano y escuchar sus susurros en el fondo de su mente, mientras todo a su alrededor parecía enlentecer hasta casi detenerse. Las promesas de gloria, de guerra y de que todos sus deseos se hicieran realidad la abrumaron, mientras veía a Superman, Flash, Batman y Linterna Verde correr hacia ella para detenerla. Pero ya era demasiado tarde, con cuidado se puso el casco y sintió el poder divino inundar sus venas, sus ojos ardieron con los fuegos de la batalla y la ira a la vez que soltó un terrible grito, que derribó a todo ser viviente en kilómetros a la redonda.
-¡Diana! -chilló Superman ascendiendo hasta quedar frente a ella, utilizando toda su determinación para no caer ante aquel terrible grito cargado de poder primigenio. -Por favor...no te dejes vencer por ese maldito casco, sé que tú eres más fuerte que él, Diana... escúchame...
-No tienes derecho a pedirme nada, Clark -la voz de Wonderwoman sonó tétrica y llena de ira, a la vez que agarraba con una fuerza y rapidez inesperada el cuello de Superman. -No cuándo preferiste a una patética mortal y rechazaste mi afecto, pero... ahora tú serás mío por qué yo soy la guerra encarnada.
Sin mediar más palabras, echó la cabeza hacia atrás y dio una serie de brutales cabezazos a Superman, hasta dejarle sin sentido y con el rostro empapado en brillante sangre, luego lo soltó para encararse a Linterna Verde. Wonderwoman vio cómo su enemigo usó su anillo de poder, para crear una caja de energía donde encerrarla que se encogía por momentos y amenazaba con aplastarla. Soltó un rugido y estiró su cuerpo al máximo contra las menguantes paredes de energía, reventándolas y lanzándose hacia delante para agarrar la mano y el antebrazo de Linterna Verde, para luego apretar sin piedad hasta destrozarle cada hueso del brazo con la que esgrimía su anillo de poder. En el instante que soltó su férrea y lo dejó alejarse aullando de dolor con el brazo colgando, se giró y utilizó sus brazaletes para desviar los proyectiles que Batman le arrojaba sin parar, obligándola a aterrizar en la destrozada calle. Wonderwoman se giró sobre sí misma por inercia, recogiendo su espada del suelo y cercenando las piernas del veloz borrón carmesí que intentaba pillarla por la espalda, haciendo caer al polvoriento suelo al sangrante y mutilado Flash.
Wonderwoman miró a Batman a través de su casco, sabía que pesé a ser un simple mortal sin poder alguno, también era el más peligroso e inteligente miembro de la liga de la justicia. Sin pensarlo dos veces cargó contra el caballero oscuro, esquivando e ignorando los proyectiles que lanzaba contra ella, enzarzándose en un combate cuerpo a cuerpo contra su enemigo y deseando derramar su sangre. Batman esquivó cada ataque de espada y golpeó con un movimiento rápido el brazo armado de Wonderwoman, aplicando presión rápida y precisa sobre los nervios motores, haciendo que soltará el arma de forma involuntaria. Wonderwoman reaccionó con una serie de rápidos puñetazos, qué su enemigo paraba desesperadamente sufriendo grandes daños, por los que siguió golpeándolo de forma metódica hasta oír cómo se le rompían a Batman los huesos de los brazos y algunas costillas, para finalmente derribarlo de una patada en el estómago. Con crueldad pisó la espalda de Batman, inmovilizándole y descolgando su lazo dorado de su cadera, lo ató alrededor del cuello de su enemigo y lo tensó, para ascender hacia al oscuro cielo, sujetando con fuerza la brillante cuerda. Batman sintió como era elevado y notando cómo se le clavaba el brillante lazo en su tráquea, dejándole sin aire y apretando su cuello, sus ojos miraron hacia su verdugo y lo último que vio antes que se le rompiera su cuello fue una cruel sonrisa de la que fuera una gran amiga. Wonderwoman soltó la cuerda y dejó caer el cuerpo sin vida de Batman, con rapidez le arrancó el cinturón y abrió cada bolsillo hasta encontrar lo que buscaba, justo cuándo el impacto de un par de rayos láser la alejaron varios metros del caído cuerpo sin vida del caballero oscuro.
Allí se alzaba ante ella, vestido con el traje imponente azul y su capa roja ondeando por el viento cómo si fuera una bandera, su destrozado rostro manchado por la sangre mostraba una expresión ira y tristeza apenas contenida, cuándo se lanzó como una bala contra su enemiga. Wonderwoman saltó a un lado justo a tiempo, evitando ser arrollada por la brutal embestida de Superman, para luego saltar sobre él y usar el objeto que había robado al caído Batman, una esquirla de Kyptonita verde con la que someterle con facilidad.
Las ciudades de la Tierra eran pasto de la guerra y la locura, millares de desquiciados y maníacos ciudadanos alzaban sus sangrientas plegarias a la nueva diosa de la guerra. Wonderwoman sonrió complacida sentada en el trono que una vez estuvo la estatua a Lincoln, a sus pies atado con su lazo dorado y con un collar engastado en kryptonita, yacía acurrucado como un perro Superman, derrotado y con su mente doblegada a sus designios, listo para complacerla cada uno de sus deseos. Detrás de ella yacían los expustuestos restos de Batman y el resto héroes, que habían sido tan idiotas como para creer que podían detenerla. Su mano acarició la cabeza de Superman y miró hacia el cielo estrellado, sabiendo qué tenía todo un universo al que llevar su guerra de conquista.
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