El placer de la venganza.


La música estridente se mezclaba con los gemidos de placer y los gritos de agonía, que resonaban por la sala del trono de la Fortaleza de la Decadencia. Lucius el sempiterno observaba aburrido, como sus seguidores se divertían con los esclavos capturados en su última incursión, dando rienda suelta a sus perversiones en nombre de Slaanesh. Él obtenía placer derrotando a guerreros poderosos, disfrutaba con la adrenalina del combate a muerte, de cada herida que sufría e infligía a sus enemigos, saboreaba la muerte en la victoria o en la derrota. ¿Entonces por qué estaba tan intranquilo? ¿Por qué no podía disfrutar de aquel banquete de carne? Un nombre apareció en su mente, proveniente de su pasado más remoto, aquel que le había derrotado y escapado de su venganza, Saúl Tarviz.

-Saúl... Tarviz...-pronunció aquel nombre con un siseo, sin dejar de mirar al infinito, sus dedos blindados se crisparon y las diablillas que se frotaban contra su armadura lascivamente retrocedieron asustadas. -Eres... una maldita espina clavada en mis podridos corazones, un tormento eterno que no puedo destruir... por qué Horus te mató en Istvaan.

-Mi señor...-un enorme guerrero acorazado con una servoarmadura de colores estridentes entró en el salón del trono y se arrodilló ante el trono de Lucius, sin atreverse a alzar su deforme rostro. -Tiene una visita, que reclama una audiencia contigo.

-Me da igual quién sea -respondió, siseando con crueldad Lucius, mientras sopesaba su látigo aún sentado en su trono. -Que entré ese desgraciado, va a conocer el precio de molestarme.

Las puertas dobles de pulido oro labrado y cubiertas de rutilantes gemas se abrieron de par en par, dejando pasar a una figura enfundada en un servoarmadura de color rojizo apagado sobre la que llevaba una bata quirúrgica hecha de piel humana, avanzaba con paso tranquilo apoyándose en un bastón de aspecto malévolo y del reactor dorsal salían una docena de servobrazos rematados por escalpelos, bisturís e inyectores de aspecto cuidado, extraños líquidos burbujeaban en contenedores que tenía acoplados encima. Una sonrisa apareció en su rostro cubierto de arrugas que aparecía estirado sobre el cráneo y hizo una leve reverencia ante el trono de Lucius, dejando que una cascada de blanco pelo cayera sobre sus hombros a la vez que le dirigía una mirada de diversión. Lucius frunció su ceño ante la presencia del antiguo apotecario de su legión, Fabius Bilis el terrible Primogenitor del Caos, sabiendo qué si estaba aquí era seguramente por qué le interesaría hacer alguna clase de trato. Detrás de Fabius pudo divisar un pesado y deforme servidor que cargaba con una enorme cápsula de criogénica, en su interior yacía la figura de un Astarte cubierta por una gruesa capa de hielo.

-¿A qué se debe esta intromisión en mi fortaleza, Bilis? -preguntó Lucius poniéndose en pie y acariciando la empuñadura de su espada, a la vez que su látigo orgánico se agitaba ansioso de causar dolor. -Pensé qué estarías sirviendo al Saqueador, a los Primarcas o a quien mejor pudieras engañar con tu blasfemia alquimia de la carne.

-Si, eso cierto mi querido Lucius -Bilis sonrió y abrió ampliamente los brazos, para luego chasquear los dedos, ordenando al servidor que parará. -Pero hoy he venido a negociar contigo, tú tienes algo de mi interés y yo tengo que puede satisfacer tus deseos.

-Quieres a los cinco Primaris que he capturado en Pavonis IV -siseó entre dientes Lucius, sintiendo cierto regocijo al tener una excusa para matarlo tras diez largos milenios. -¿Por qué crees qué te los daré? ¿No debería matarte sin más por venir sin ser invitado, Bilis?

-Porque yo te puedo ofrecer a Saúl Tarviz -Fabius Bilis acarició la cápsula criogénica con una de sus enguantadas manos con delicadeza, para luego ponerse serio y sostener la mirada a Lucius. -No es un clon, es el auténtico Saúl. Sacado de entre los restos de la Ciudad Coral y mantenido en helado estasis durante estos diez milenios. Totalmente puro y sin mancillar, imagina durante cuánto tiempo podrás torturarlo y ver hasta dónde llega su famosa determinación.

Los cinco Primaris son tuyos...-dijo de forma ausente Lucius, sin dejar de mirar la congelada forma de Saúl Tarviz y sintiendo una miríada de placeres al pensar en lo que tenía previsto hacerle a su antiguo amigo. -Llévatelos y déjame mi premio, quiero saborear con tiempo el dulce sabor de la venganza.

El frío abrazo del hielo se había ido y Saúl Tarviz permanecía sentado en silencio, en el interior de aquella pequeña celda. Los gritos de las víctimas torturadas resonaban con ecos de placer y dolor, mientras la corrupta banda de los Hijos del Emperador satisfacía sus oscuros apetitos en aquella mazmorra llena de celdas. Su primera visión al despertar de su congelada prisión fue la imagen deforme y retorcida de Lucius, quién una vez había sido su mejor amigo y un gran capitán leal de la Tercera Legión. Esa visión lo había llenado de determinación y furia, sabía ahora que había hecho lo correcto al no revelarse con el resto de la Legión, rechazando la deformada idea de perfección de Fulgrim, pese a que le esperaba un futuro funesto y doloroso. Ahora solo podía esperar, hasta tener la oportunidad perfecta para escapar de aquel infierno y regresar con el Imperio. Saúl escuchó los pesados pasos avanzar por el corredor y cómo los gritos cesaban por el miedo en estado puro, sabía que era Lucius buscando vengarse, pero también intuía su deseo de que cayera bajo la influencia de su oscuro dios. Tenía la certeza de que se vengaría de Lucius y volvería a luchar contra los traidores, hasta que el Imperio del hombre dominará toda la galaxia y no quedarán más de aquellas retorcidas parodias de Astartes.

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