"El destino está escrito en el tapiz que tejemos, no podrás detenerlo o cambiarlo, por qué no está en tu mano poder hacerlo, hijo de Bor."
Advertencia de las Nornas a Odín.
Los enormes tapices colgaban del techo y de la pared, cubrían el suelo de aquella cueva como si fuera una regía alfombra y mostraban el pasado, presente y el futuro de cada ser de la creación. Las tres Nornas tejían sin parar, impulsadas por el poder del árbol Yggdrasil para conformar el tapiz del destino de los nueve reinos y del mismo universo. Las tres tenían rasgos muy parecidos, pues eran hermanas de sangre y de destino, tenían su mirada insondable concentrada en su trabajo y el sudor brillaba en sus bellos rostros, mientras sus manos tejían cada hebra del destino inmutable. Skul frunció los labios y su joven rostro se tensó, miró aquella parte del tapiz cómo una madre mira a su hijo más querido, estudiando cada trama e hilo tejido en la suave y bella superficie de tela. Sus dedos los acariciaron, buscando los hilos principales que conformaban aquella parte del tapiz, la saga del Ragnarok se mostraba ante ella, igual que un libro abierto. Un chillido de sorpresa salió de su boca de Skul e hizo que sus hermanas la mirarán con extrañeza, haciendo que dejarán su labor y se acercarán para ver qué sucedía a la más joven de las Nornas.
-¿Por qué has gritado Skul? -preguntó Urd, la más mayor y sabia de las tres Nornas, posando con suavidad su mano derecha sobre el hombro de su hermana. -¿Qué es lo que turba tú trabajo? ¿Es el destino final de toda la creación lo que te ha hecho gritar?
-No es eso hermana...-susurró Skul con la voz entrecortada y señaló la parte del tapiz que estaba frente a ella. -El tapiz está cambiando, por primera vez desde que se tejió el destino de todo lo que es y será, los hilos se alargan y otros qué no deberían existir han surgido, haciendo que esta parte del tapiz cambie sin parar.
-Los mortales de Middgard dicen qué el destino siempre es cambiante -contestó Verdandi a sus hermanas sonriendo levemente con la mirada puesta en otro lugar. -Algo ha cambiado, algo que hemos pasado por alto y no ha sido obra de Odín, sino del puro caos y aleatoriedad.
En una pequeña casa de piedra, una mujer de oscuro cabello sufría las contracciones del parto, gritando con el rostro perlado de sudor por el esfuerzo de traer al mundo una nueva vida. Una vieja comadrona observaba como iba parto, mientras susurraba palabras a los Dioses para obtener la bendición de aquel nacimiento, vio cómo ya salía la cabeza del bebe y la sujetó con cuidado con sus sarmentosas manos. La parturienta chilló de dolor agónico y empujó con fuerza, haciendo salir poco a poco al bebé de su interior hasta acabar agotada y derrumbada sobre la cama de paja. La matrona sujetó al bebé y sacó un cuchillo con el que cortó con un rápido movimiento el cordón umbilical, haciendo un pequeño mundo y guardando el cuchillo, para luego palmear las nalgas del recién nacido. El llanto retumbó en aquella pequeña casa de piedra de un solo cuarto, anunciando la llegada de una nueva vida en Middgard, mientras la comadrona lavaba y envolvía en un áspero manto al recién nacido, para luego entrarlo a su madre de forma solemne. Las Normas miraron la escena ocultas desde las sombras de la habitación, reconociendo a aquel pequeño como la anomalía que provocaba el cambio en el entramado tapiz del destino.
-Es un niño sano, Trud -susurró la anciana comadrona a la madre, sonriendo al ver cómo está acunaba al recién nacido. -¿Pero dónde está el padre? ¿A caso es el fruto de alguno de los asaltos del norte?
-No anciana, su padre no fue un asaltante y no sabe ni siquiera que yo quedé en cinta -Trud besó con cariño la frente del pálido niño sin dejar de acunarlo. -Su padre es único en los nueve reinos, el bribón más inteligente y bello, un maestro del engaño y el embelesamiento.
-Ni que fuera el propio Dios Loki su padre, mi niña -negó con la cabeza la matrona apartándose para marcharse. -Debes darle un nombre y descansar para recuperar fuerzas, ha sido un parto muy duro.
-Así haré, Nica -sonrió Trud levemente, viendo como se acercaba la matrona a la puerta para marcharse. -Te llamaré Ragnir, crece fuerte y tan inteligente como tu padre, serás el asombro de los nueve reinos.
Las Normas asintieron al unísono, ya sabían lo que había sucedido y de quién era hijo aquel niño, que podía cambiarlo todo. Los ojos de las tres hermanas se iluminaron cuando accedieron al poder de Yggdrasil, ante ellas se desplegaron los acontecimientos y los hechos que habían provocado este nacimiento. Vieron a Loki disfrazado de un simple escaldo errante, vestido con ropas suaves y portando una pequeña lira, cómo se hospedó en aquella casa y acabó intimando con aquella mortal, enseñándole quién era y sorprendiéndola con muchos de sus vistosos trucos mágicos. También vieron la siempre y dolorosa despedida, la marcha de Loki sin mirar atrás, impelido por su naturaleza libre y caótica, mientras la mortal lloraba desconsolamente ante el inclemente abandono del Dios de las Mentiras. El poder del gran árbol Yggdrasil se desvaneció y las devolvió a aquel hogar, dónde aquella mortal mecía a su pequeño para que se durmiera. Las tres hermanas se hicieron una con la oscuridad para volver a sus cuevas, llenas de curiosidad por ver la historia de aquel niño, por el cual corría sangre de los Dioses, de los gigantes y de los mortales, esperando ver como los hilos de su destino cambiaban o no el futuro de toda la creación.
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