El prisionero de la oscuridad


La oscuridad era lo único que podía ver a su alrededor, envolviéndolo igual que una mortaja funeraria y sumiéndole en estado de indefensión total. Al moverse las cadenas que lo aprisionaban se tensaron, haciendo que sus grilletes se clavaran dolorosamente y lo obligaron a volver al frío suelo que no podía ver. Se sentía débil, su cuerpo estaba marchito y su mente embotada por la soledad en aquella mazmorra, sus fuerzas y pensamientos parecían ser devorados constantemente por aquella oscuridad impenetrable. Lejanos gritos y amortiguados golpes desesperados rompían el silencio de aquel terrible lugar, algo en su interior se removió como si reconociera aquellas voces y tuviera una conexión con ellas. Quería gritar, pero su voz estaba rota y cascada, en su interior sabía que llevaba una eternidad en aquel sitio sin esperanza y que chillar no serviría de nada. La cordura y la locura se mezclaban en su mente, quería morir, pero no podía hacerlo, algo en su interior le impedía dejarse llevar en los fríos brazos del descanso eterno.

Al principio solo fue un leve destello de luz rompiendo la oscuridad, pero creció con rapidez hasta formar un agujero e hizo retroceder la oscuridad, dejando ver un cavernoso techo. Necesitó parpadear varias veces para adaptar su mirada acostumbrada a la perpetua oscuridad y alzó su vista al agujero con anhelo, por instinto se movió hacia la luz y las cadenas tiraron de forma inmisericorde de él, arrojándole al suelo de su prisión. Al incorporarse de nuevo vio a un hombre junto al agujero, sintió como sus ojos verdes lo estudiaban sin piedad y cargados de un odio visceral. Su rostro era pálido como el de un cadáver, su largo pelo negro estaba sujeto en una coleta en su nuca por una tira de cuero, vestía una túnica que parecía estar hecha de la misma oscuridad. En su mano derecha llevaba sujeto un yelmo de plata con inscripciones que relumbraban con luz propia y a su alrededor flotaban las almas de los condenados. Sabía quién era aquel que le estaba observando, sus labios se movieron pronunciando el hombre de su hijo mayor como si fuera un susurro, Hades.

-El poderoso Cronos es ahora solo un viejo arruinado, cómo has decaído, padre -la voz de Hades sonó fría y cruel, mientras arrojaba al interior de la celda un cuenco con un poco de grano. -¿Qué se siente sufrir el mismo castigo que nos infligiste a nosotros?

-Lo peor es la soledad y el hambre -respondió Cronos recordando quién era y por qué estaba en aquel lugar. -Estaba condenado desde que Urano hizo su profecía, pero he aprendido que todos los poderosos caen tarde o temprano- su voz sonó agotada y casi resignada a su castigo. -Algún día me liberaré y entonces seréis vosotros los que caeréis de vuestro trono.

-Mi caeremos, por qué no vas a salir de aquí jamás -Hades gruñó ante la amenaza velada de Cronos y sonrió con crueldad. -Vas a estar en esta prisión eterna hasta el fin de la creación, olvídate de la luz del día y de sentir otra vez el viento en tu cara.

-Tal vez tengas razón, hijo -Cronos sonrió levemente a Hades, a la vez que comía unos pocos granos del plato para recuperar fuerzas. -Pero el verdadero prisionero eres tú, ya qué estás obligado a reinar en la oscuridad del Tártaro, mientras tu hermano Zeus reina sobre la creación y es libre a ir dónde quiera.

-¡Silencio! -rugió Hades lleno de ira por las palabras de Cronos. -Eso no me importa, tengo todo lo que necesito en mi reino, pero no creas que conseguirás engañarme con tus sibilinas palabras. Tu destino está sellado -alzó su mano izquierda y el hueco de la prisión empezó a contraerse para cerrarse. -Púdrete en la oscuridad de tu prisión para toda la eternidad, Padre.

Cronos vio cómo su hijo se colocaba su casco y se desvanecía como si fuera un simple espectro, mientras terminaba de cerrarse el agujero y se sumía en la oscuridad de su prisión. Una sonrisa apareció en su rostro y abrió su mano derecha con cuidado, dejando flotar sobre ella una esquirla de luz cristalizada, atrapada en el tiempo y el espacio por el uso de sus poderes. Hades había sido descuidado, le había dado tiempo para actuar y conseguir aquel fragmento de luz, evitando que la oscuridad lo dejará en un estado de confusión mental permanente. Volvió a cerrar su mano y se concentró en aquella luz, haciendo que su mente y espíritu saliera de la prisión en la que su cuerpo se encontraba, elevándose hacia el mundo superior dónde moraban Dioses y mortales.

El viento transportaba su etérea forma, recorriendo el mundo y viendo cómo había cambiado tras su larga ausencia. Cronos divisó sorprendido cómo los mortales se habían extendido, construyendo miles de ciudades que se agarraban a la tierra y crecían cómo si fueran tumores, escuchó con rabia sus súplicas dirigidas, ruegos y alabanzas a sus hijos. Sus hijos controlaban a los mortales y se servían de ellos para ganar poder o quitárselo a los demás dioses, una súplica cargada de un dolor desgarrador salido de centenares de desconsoladas voces. Cronos siguió las suplicantes voces y vio cómo las aguas se tragaban inmisericordemente todo un continente, mientras unos pocos centenares de mortales se aferraban a unos barcos azotados por las violentas olas del embravecido mar. Una sonrisa apareció en su rostro, aquellos mortales serían su espada contra los Dioses del Olimpo y aquellos que liberarían a los Titanes del Tártaro. Su voz susurró al oído a los pocos sacerdotes supervivientes de los barcos, presentándose cómo un antiguo poder e indicándoles un lugar donde fondear seguro aquella flota de supervivientes de Atlantis. Vio cómo aquellos dañados barcos se pusieron en movimiento hacia el punto que les había indicado, mientras lanzaban alabanzas y hacían modestos sacrificios a hacia él. En ese instante sintió una desconocida energía, recorrerle toda el alma, notando cómo se llenaba de poder y descubriendo por qué los Dioses del Olimpo deseaban tener cada vez más adoradores, para crecer en poder frente al resto.

Su mente y alma volvieron a su cuerpo, parpadeó en la oscuridad de su celda y abrió su mano para ver la luz cristalizada, mientras sonreía de forma malvada por el plan que acaba de idear para conseguir la libertad. Usaría a los mortales para conseguir poder y debilitar el de sus hijos, para así romper sus cadenas y vengarse junto con el resto de Titanes. Su risa resonó en la oscuridad sobre el ahogado eco de los gritos de sus hermanos y hermanas encerrados junto a él, mientras saboreaba el tener conciencia de sí mismo otra vez y como había cambiado el mundo en su ausencia. Solo era cuestión de tiempo para ser libre, después de una eternidad olvidado en la oscuridad, un siglo o dos más no eran nada.

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