Vuelta al infierno.


Había sido un día apacible en aquella zona de la campiña inglesa, hasta que Lord James Maxwell recibió la carta que le entregó aquel oficial militar del ejército de su Majestad. Sus manos temblaron al leer el contenido y un sudor frío recorrió todo su cuerpo, otra guerra había empezado contra Alemania y a una escala incluso mayor que la gran Guerra. Sabía que eso iba a pasar, era nada más que cuestión de tiempo, pues los periódicos llevaban meses hablando de guerra en Europa, por parte de la Alemania Nazi. Se dejó caer sobre la silla y soltó la carta en la mesita del té del jardín, los viejos recuerdos que quería olvidar del frente volvieron con rapidez y sus labios formaron involuntariamente una palabra, Vedrún. Aquel infernal lugar en Francia, cubierto de trincheras y campos de muerte, había sido su destino durante la gran Guerra, un lugar infernal que quería olvidar y no podía por los brutales recuerdos de aquel tiempo destinado a ese maldito lugar. 

Tenía solo dieciséis años, cuándo fue enviado al frente junto a su hermano Jack en el contingente de tropas aliadas a Francia. Fue un idiota cegado por el ímpetu de la juventud y las promesas de gloria militar, pero lo que encontró fue el mismo infierno hecho realidad. El sonido de las explosiones del bombardeo de artillería, el mortífero silbar de las balas, el gemido de los agonizantes y el siseo de los lanzallamas, todo aquello era una siniestra melodía. Resonaba como un ruido de fondo en su cabeza cada día, pese a las décadas que habían transcurrido seguía sonando con fuerza en su interior. No necesitaba dormir para tener pesadillas, los vivos recuerdos de las trincheras, los asaltos desesperados por campos de muerte cubiertos de alambre de espino, los cráteres llenos de cuerpos podridos y los hombres vomitando sangre por las armas químicas eran una visión, que nada podría borrar de su mente. Su propio hermano había muerto entre sus brazos en Vedrún, destripado por una ráfaga de ametralladora alemana y llorando cómo un niño asustado pese a sus veinticinco años de edad, por el miedo a la muerte que se cernía sobre él. 

Agitó la cabeza, para apartar aquellos terribles recuerdos de su mente. Una sonrisa amarga apareció en sus labios, pues cuándo volvieron después de la guerra, los veteranos fueron tratados como apestados por aquellos que no marcharon a la guerra y por el propio gobierno. Su propio padre le había culpado hasta en el mismo lecho de su muerte, por la pérdida de su hermano en la gran Guerra, en vez de alegrarse de que él sobreviviera de una pieza. Tenía un título y propiedades con las que vivir, pero la gran mayoría de los soldados habían vuelto tullidos o con la mente destrozada por el horror vivido, para encontrarse viviendo en la miseria y olvidados por la sociedad. Había necesitado años para volver a tener algo parecido a una vida normal y ahora le ordenaban que volviera a ese infierno, cuándo solo quería tener tranquilidad en aquel remanso de paz, que era su gran mansión y las tierras que la rodeaban. Lo peor de todo es que no podía negarse a ir, si lo hacía sería tachado de traidor, sus propiedades arrebatadas y encarcelado en el mejor de los casos. 

Se había reunido toda una compañía de hombres en aquel campo de entrenamiento del cuartel cercano a la costa galesa, reían y alardeaban de cuántos nazis iban a matar, creyéndose que volverían cómo héroes. Los sargentos los mandaron callar con sus potentes gritos y sus porras, obligándolos a mirar en posición de firmes hacia la tarima elevada que había frente a ellos. James subió a aquella tarima, vestido con su uniforme de capitán totalmente inmaculado, en su pecho destacaban las condecoraciones del servicio en la anterior guerra. Se había quitado su gorra de oficial y la llevaba debajo del brazo izquierdo, dejando a la vista su pelo castaño cargado de canas, sus ojos grises miraron a aquellos hombres con una mezcla de pena y orgullo, manteniéndose firme ante ellos cómo si fuera una estatua de piedra. Eran buscadores de gloria, pero solo iban a encontrar dolor, miedo y muerte en aquella guerra, era mejor quitarles la venda que cubría sus ojos con la gloria militar y el inútil heroísmo patriótico cuanto antes. 

-Señores, la guerra azota otra vez a toda Europa y amenaza con extenderse por todo el mundo -las palabras de James retumbaron en aquel campo de entrenamiento, mientras permanecía inmóvil como una estatua. -Vamos a ayudar a los franceses, como hicimos en la anterior gran guerra. Os aseguro que no será un paseo, olvidaos del heroísmo y de la gloria que os han dicho los jodidos reclutadores -su voz estaba cargada de ira y sus ojos ardían con luz propia de un espectro. -Será un infierno y muchos vais a morir allí, tirados en mitad de la nada y olvidados para ser devorados por las alimañas. Solamente tenéis un propósito cuándo piséis suelo francés, sobrevivir y volver de una pieza a casa, si no tenéis eso en mente, entonces ya estáis muertos y no lo sabéis -se aclaró la garganta y sonrió de forma dura, al ver cómo el color se había ido del rostro de todos sus hombres. -Mañana subiremos a los aviones y nos llevarán a Francia, nuestra misión es patear el culo de los alemanes y ayudar a liberar Bélgica y Holanda, además de todo el territorio que han perdido los franceses. Descansad está noche y sed bienvenidos al infierno de la guerra. ¡Rompan filas! 

Vio cómo se marchaban los soldados y negó con la cabeza, pues la gran mayoría no había prestado apenas atención a su advertencia y pagarían por ello en el frente. Solamente unos pocos volverían vivos y de una pieza, suspiró y bajó de la tarima para volver a su tienda, ignorando a los oficiales que le rodeaban y le increpaban en voz baja por aquel discurso tan cruel y mordaz. No le importaba lo que dijeran, les había dicho la verdad y dándoles una oportunidad de sobrevivir, en aquella picadora de vidas que era la guerra y únicamente aquellos con voluntad de sobrevivir, volverían a pisar con vida Inglaterra. Pronto aprenderían la brutal realidad, que no había gloria y honor en la guerra, solo miseria y muerte en su seno, dejando heridas en los supervivientes que no se cerraban jamás. 

James entró en su tienda y se sentó en su camastro, dejó la gorra en la mesita auxiliar y se desabrochó la levita del uniforme, se sentía cansado y frágil, quería dormir, pero sabía que las pesadillas de Vedrún volverían atormentarle como cada noche. Una sonrisa amarga apareció en su curtido rostro, al pensar que nuevas pesadillas y grotescos recuerdos crearía en su cabeza esta nueva guerra a la que había sido arrojado sin piedad, mientras se tumbaba y cerraba los ojos para dormir, volviendo al infierno de sus recuerdos que le habían atormentado durante décadas.

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