Star Wars: La redención del soldado.


El olor del humo de especia, llenaba aquella tasca de aquel mundo perdido del Borde Exterior. El sonido de las risas de los borrachos se mezclaba con la música de banda que tocaba y con los susurros de los criminales de baja estofa planeando su próximo golpe, mientras en las pantallas de las paredes anunciaba las noticias más importantes del Imperio. Blast suspiro y se encontró con su propio rostro reflejado en la superficie de su bebida, devolviéndole una mirada cargada de tristeza y dolor. Aquel rostro tan familiar en toda la galaxia, el rostro de un antiguo soldado Clon de la República, que había salvado y condenado la galaxia, sonrió con amargura y tomo un trago de aquel licor barato. Habían pasado tres largos años de la activación de la orden 66 y desde que se había alzado el Imperio. Una punzada de remordimientos recorrió su cuerpo al recordar cómo había intentado capturar a su general Jedi, el modo en que los sentimientos enfrentados le invadieron cuando vio su cuerpo destrozado bajo los disparos de sus hermanos clones y el despertar del trance en que se encontraba. Muchos lo habían aceptado como si hubiera sido una misión más, pero él no podía hacer eso, cuándo los recuerdos de toda la guerra, luchando codo con codo con los Jedis y ser salvado tantas veces por ellos, para acabar todo de aquella forma. 

Se apartó de la atestada barra y caminó hacia la puerta, sus ojos miraban en todas direcciones con precaución porque pese haber dejado el Imperio y al ejército, seguía siendo un soldado de los pies a la cabeza. El aire nocturno azotó su curtido rostro, revolviendo su largo pelo negro y su cuidada barba que marcaba las primeras canas, se cerró con cuidado el pesado abrigo de piel y empezó a caminar de vuelta al chamizo que era su casa. Esperaba que mañana el gremio de cazadores de recompensas ofreciera algún trabajo interesante, para seguir sobreviviendo unos días más. Blast arrastraba sus pies por las embarradas calles, aquella era una ciudad pequeña de un mundo minero en mitad de la nada, un buen lugar donde perderse de todo y todos. Al girar una esquina todos sus instintos le gritaron en la nuca, pese a estar borracho, había notado como alguien le estaba siguiendo, la duda era quién y el por qué.

Una risotada socarrona salió de sus labios, mientras metió las manos en los bolsillos del abrigo para sacar sus blasters gemelos a la vez que aceleraba el paso. Blast no necesitaba ser un genio para saber quién le seguía, le habían atacado en repetidas ocasiones desde que dejó el Imperio, desde ciudadanos enfurecidos hasta los terroristas rebeldes, solo por su rostro y las sospechas de que fuera un espía. Respiró profundamente para tranquilizarse, al llegar a la esquina se giró y desenfundó sus blasters con una rapidez nacida del entrenamiento constante, apuntando hacia la sombra que le seguía entre las parpadeantes luces de las farolas.

Era una figura envuelta en un largo manto gris y con la capucha que cubría su rostro, que parecía moverse con tal agilidad que apenas le costó esquivar los disparos aturdidores. Blast miró asombrado como aquella figura esquivaba cada disparo, cómo si ejecutará una bella danza y un miedo atroz le recorrió la columna, al reconocer esos movimientos tan característicos de un Jedi. Aquella sombra había recorrido cuatrocientos metros en segundos, obligando a Blast a retroceder con tan mala suerte que tropezó con un montón de basura y cayendo de espaldas al suelo soltando un grito de sorpresa. La sombra estaba ya sobre él y únicamente esperaba escuchar el zumbido característico del sable láser al encenderse, para luego decapitarle con un rápido movimiento, pero solo se escuchaba el silencio de aquella calle vacía. Blast se sentó con el rostro perlado de sudor y mirando a la sombría figura, que estaba en cuclillas ante él, sabiendo que al fin había llegado su hora por la traición de la que había sido partícipe de forma involuntaria.

-Ha pasado mucho tiempo, querido amigo -dijo con suavidad la figura sombría, quitándose la capucha para que Blast pudiera ver su rostro con claridad, pese a la parpadeante luz de las farolas. -Sabía qué no te quedarías con el Imperio, aún tienes conciencia pese a lo que has hecho con tus hermanos.

-No... podía... negar lo sucedido, como hicieron mis hermanos -Blast sintió cómo si cada palabra que salía de su boca fuera hierro fundido al reconocer aquel rostro tan familiar, mientras unas lágrimas caían de manera involuntaria por su rostro. -Cal Melis... estás vivo. ¿Cómo sobreviviste a la matanza y caza, Padawan?

-Fue fácil, hace cuatro años cuando volví al templo de Coruscant abandoné la Orden -Cal ofreció una mano enguantada a Blast para ayudarle a levantarse y sonrió dejando ver una sonrisa divertida. -La dejé por qué rechaze al Consejo por querer que luchará, en vez de reasignarme al equipo médico como pedí, quería salvar vidas y no arrebatarlas. Ya conoces mis dones en la Fuerza en ese campo.

-Si lo recuerdo, gracias a ti conservo mi brazo derecho -asintió levemente Blast al ponerse en pie y abrazar a su amigo, para luego apartarse al recordar cómo había sido partícipe de la muerte del maestro de Cal. -¿Has venido a vengar la muerte de tu maestro, verdad?

-No, el maestro Orthar no habría querido eso, la venganza no es el camino del Jedi -Cal apoyó su mano enguantada en el hombro de Blast con suavidad para tranquilizarlo y clavó sus brillantes ojos azules en él. -Sé lo que has pasado, puedo verlo en tu rostro. Pero ahora ya no estás solo, ven conmigo cómo en los viejos tiempos.

-¿Cómo en los viejos tiempos? -la pregunta salió de forma temblorosa de los labios de Blast, mientras los deseos de servir junto a un Jedi batallaba con el miedo de volver a perder el control y atacarlo contra su voluntad. -Me encantaría, pero todavía tengo esa cosa metida en la cabeza -se tocó la sien con el cañón de una de sus pistolas. -Sería una bomba de relojería, a punto de explotar en cualquier momento, chico.

Cal asintió y su mano se elevó del hombro del clon hasta su cabeza, posándose con suavidad en la frente empapada en sudor. Un chispazo de energía salió de los dedos enguantados y recorrió la cabeza de Blast, haciéndole convulsionarse, mientras que otra mano del Jedi lo sujetaba para que no se cayera. Un grito de dolor salió de su garganta y temió que aquel Jedi hubiera decidido achicharrarle el cerebro, pero segundos después todo terminó y el dolor desapareció tan rápido como había venido. Aún sujeto por Cal, sentía que se iba a derrumbar como un castillo de cartas al quitar una carta de soporte y algo húmedo salía de sus oídos y nariz, utilizando todas las fuerzas que le quedaban intentó hablar con dificultad.

-¿Qué me has hecho, Cal? -la pregunta salió de los labios de Blast cómo si fuera un suspiro de un agonizante.

-Solo quemar y destruir el biochip, que te obligo a actuar contra voluntad -respondió con cierto cansancio reflejado en su voz Cal por aquel gran esfuerzo, mientras seguía sujetando a su amigo con cuidado para que no se derrumbara y cayera al embarrado suelo. -Ahora deberíamos ir a un lugar tranquilo, dónde puedas recuperarte y descansar ambos.

-Mi casa... está cerca -Blast señaló con una mano temblorosa hacia el fondo de la calle. -Allí podremos descansar y decirme lo que quieres de este viejo soldado retirado, amigo mío.

Cal asintió levemente y paso el brazo derecho de Blast por sus hombros para ayudarlo a llegar a su casa, sujetándolo a la vez con una dulce delicadeza. Blast sentía que cada paso que daba reverberaba en todo su cuerpo, pero eso no le importaba por qué por primera vez en tres años era libre de las cadenas, que le habían aprisionado durante tanto tiempo. Una sonrisa apareció en su curtido rostro, tenía al alcance de su mano la redención que tanto ansiaba y saber que ya no estaba solo, lo hizo sentirse lleno de esperanza por cambiar aquella galaxia, que había sido corrompida por el despiadado Imperio.

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