Todos sus sentidos habían sido anulados y sustituidos por el frío abrazo de su prisión en carbonita, solo las pequeñas fluctuaciones en la Fuerza la llegaban como un susurro, penas audible y se mezclaba con sus recuerdos. Necesitó un momento para recordar su nombre, era Missa Flar y había tomado el manto del inquisidor imperial, transformándose en la gran inquisidora tras la muerte del Emperador Palpatine y Lord Vader. Se había hecho con el mando del Inquisitorius y creado un pequeño imperio alrededor de Mustafar, hasta que la Nueva República había llegado con una enorme flota y el maestro Jedi Luke Skywalker, el asesino de imperiales. Quiso temblar e imponer claridad a su mente congelada, pero la neblina de los recuerdos y los sueños era más fuerte que ella, haciéndola sumergirse en el momento en que todo cambio.
La lanzadera aterrizó con un gemido en aquel hangar iluminado con luces rojas de aspecto siniestro, formando imágenes oscuras y amenazantes sobre la negra roca volcánica de las paredes, los altos techos se perdían en una oscuridad insondable y el pulido suelo reflejaba todo con claridad cristalina. La rampa delantera se abrió, igual que la boca de un tiburón enorme y de su interior descendió un grupo de niños con uniformes de cadetes imperiales, todos traídos de las diferentes academias militares de toda la galaxia. Soldados de negra armadura los escoltaban en su temeroso descenso, para luego obligarlos a formar en cuatro filas de diez cadetes en posición de firmes, a su alrededor había un silencio fúnebre solo roto por el ruido de los droides de mantenimiento haciendo sus labores. Ante ellos apareció una enorme figura negra acorazada, su capa ondeaba de forma extraña detrás de él, la jadeante respiración que salía de su amenazante yelmo retumbaba por todo el hangar y todos los presentes podían sentir el siniestro poder que emanaba su figura. Missa no pudo apartar su mirada de aquella oscura figura, tenía ganas de gritar de terror y salir corriendo, pero el miedo la dejo inmóvil cómo si fuera una estatua de sal. Detrás de aquel oscuro señor, una comitiva siniestra lo seguía también en silencio, todo vestidos de gris y armaduras negras, sus rostros eran fríos y crueles, formaron una fila a tres pasos de su maestro en silencioso. Solamente uno de aquellos guerreros estaba más cerca de aquel caballero oscuro, era alto y delgado, su rostro era afilado y totalmente calvo, su piel gris parecía igual que la de un cadáver y sus ojos amarillos estaban cargados de odio.
-Yo soy Darth Vader -la voz del lord Sith retumbó con un sonido asmático, mientras dirigía una mirada cruel a los cadetes. -Habéis sido seleccionados por el Inquisitorius, para servir al Emperador cómo su mano ejecutora contra los Jedis -alzó su mano derecha estrangulando un momento a los cadetes con la Fuerza. -El fracaso y la desobediencia será castigada, sed útiles y eficientes para tener una parte de mi poder. El gran Inquisidor se encargará de entrenaros, los más aptos seréis inquisidores, otros asesinos del Inquisitorius o espías bajo mis órdenes, aquellos que no estén a la altura, los débiles e incompetentes morirán.
Missa palideció y se estremeció en su sitio, notando la presión invisible en su cuello al ser estrangulada cómo el resto de cadetes por el poder de Darth Vader. Aquel momento de dolor y miedo galvanizó su mente, mientras las palabras de aquel oscuro señor resonaban en su interior, sabiendo que aquella amenaza era una certeza absoluta. Tras su discurso, Vader se marchó y el gran Inquisidor ordenó llevar a los cadetes a los barracones para qué descansarán, por qué el entrenamiento y las pruebas empezarían a primera hora del siguiente día.
Los días, meses y años pasaron de forma cruel en aquel oscuro mundo volcánico, separando la paja del grano con las terribles pruebas y entrenamientos brutales. Aquellos que no eran lo suficientemente poderosos en la Fuerza, pero tenían algún tipo de potencial, fueron separados de los aspirantes a inquisidores, para ser entrenados como espías y asesinos del Imperio, mientras que los débiles, inútiles y desobedientes eran brutalmente asesinados delante del resto de aspirantes por los inquisidores. Missa había cambiado, ya no era la frágil niña que llegó aterrada a Mustafar, ahora era una aprendiz del Inquisitorius y aspirante a inquisidora. Sentía el poder del lado Oscuro de la Fuerza correr por su interior, había aprendido a usar un sable de luz y asesinado en combate en las pruebas de supremacía. El sonido de la puerta de su celda al abrirse, la sacó de su profunda meditación con la Fuerza, abrió los ojos y vio a la Séptima Hermana entrar seguida de una sus sondas cazadoras. Missa por instinto, se arrodilló ante la inquisidora, agachó la cabeza mirando al frío suelo de forma obediente y esperó a que la Séptima Hermana le diera la orden de levantarse.
-Levántate aprendiz -ordenó la Séptima Hermana mientras acariciaba la sonda cazadora que revoloteaba a su alrededor, mientras miraba a Missa con malvada diversión. -Se te ha asignado servirme, levántate y coge tu equipo, tenemos una misión, el Quinto Hermano nos ha avisado que un grupo de Jedi están merodeando en las ruinas de Malachor. El propio lord Vader dirigirá la operación, así que coge tu equipo y ponte en marcha de una vez.
-Se hará su voluntad, Séptima Hermana -respondió Missa levantándose y recogiendo su sable de luz, sabiendo que debía prepararse con rapidez. -¿Hay que capturar o ejecutar a los Jedis?
-Si por mí fuera los capturaría para torturarlos -la malévola voz sonó con un tono mecánico al cerrarse el casco de la Séptima Hermana, mientras se giraba y caminaba con gracilidad fuera de la celda. -Una lanzadera nos espera en el hangar tres, no te retrases...no queremos que la ira de Lord Vader caiga sobre nosotras.
Asintiendo levemente con la cabeza, Missa se puso con rapidez su armadura de combate y echó dentro de su mochila lo más indispensable para aquella misión. Podía sentir la emoción recorrer su cuerpo, tras años en aquel oscuro lugar y de brutal entrenamiento, por fin iba a participar en su primera misión del Inquisitorius. Corrió a toda velocidad los pasillos, hasta llegar al hangar dónde estaba esperando la Séptima Hermana y el Octavo Hermano, junto a otro aprendiz, un rodiano llamado Slim. Los cuatro subieron a la lanzadera y los llevó ante la propia nave de Lord Vader, para saltar al hiperespacio en dirección a Mustafar.
Missa permanecía impasible en el puente de mando junto a Slim, observando el planeta muerto de Mustafar y esperando aburrida el regreso de los inquisidores y Lord Vader. Un estremecimiento de la Fuerza los recorrió a ambos, al sentir la muerte de los tres inquisidores en Malachor y la activación del arma del viejo templo Sith, que había bajo la superficie de aquel mundo muerto. La nave vibró por el poder de aquellas energías liberadas y amenazó con romperse, el almirante Kendal Ozzel ordenó la retirada de la órbita del planeta por seguridad con el rostro pálido por el miedo, desobedeciendo las órdenes de Lord Vader.
-¿Qué cree que está haciendo, Almirante? -siseo amenazante Missa al Almirante Ozzel, mientras se llevaba su mano al sable doble giratorio que colgaba de su estilizada cadera. -Las órdenes de Lord Vader eran permanecer en órbita y evitar que ninguna nave escapará del planeta.
-¿Es que no ve que la nave está en peligro? -preguntó el almirante Kendal Ozzel, arrugando su pálido rostro y mirando con miedo a Missa. -Si no salimos de órbita, las fluctuaciones de energía destruirán la nave.
-El almirante Ozzel tiene razón -dijo Slim con el miedo pintando en su verde y escamoso rostro, dirigiendo miradas nerviosas hacia el planeta y sus extrañas anomalías de la Fuerza. -Además, tú también has sentido la muerte de la Séptima Hermana, el Quinto y Octavo Hermanos...
La furia brilló en los ojos de Missa, al sentir el miedo de los que la rodeaban y que buscaban sobrevivir sin importar desobedecer los órdenes de Darth Vader. Con un solo movimiento de su mano derecha, lanzó contra el muro de acero del fondo del puente de mando a Slim, empujándolo con el poder de la Fuerza por sorpresa. Un grito de dolor y terror resonó por todo el puente, cuándo el cuerpo del rodiano rebotó contra el muro. Missa volvió a alzar su mano y la cerró con crueldad, estrangulando a Slim con la Fuerza a la vez que lo alzaba en el aire, para que todos vieran el castigo a la desobediencia. Slim pateaba asustado y buscaba a tientas desesperado su sable de luz, pero antes de poder cogerlo para lanzarlo contra su agresora, su cuello crujió al romperse y quedo flotando inerte cómo una marioneta colgando de sus hilos. Un silencio incómodo reinó en el puente de mando, únicamente roto por el ruido de los sensores y la respiración del personal de la nave, cuándo Missa soltó su presa sobre el cuerpo inerte de Slim, dejándolo caer contra el suelo sin cuidado algo. Ozzel tragó asustado y palideció, cuando los sensores de largo alcance dieron la alarma sobre una lanzadera no imperial saliendo del planeta.
-¡Informe! -rugió Ozzel nervioso y temiendo acabar como el rodiano, mirando a los operadores de los sensores de largo alcance. -¿Cuántas naves son? ¿Distancia a la que se encuentran?
-Es una lanzadera no estándar -contestó el operador del sensor sin quitar la vista de la pantalla. -Ángulo de salida por el lado opuesto del planeta y en ruta en vector de alta velocidad, en dirección al borde del sistema para realizar salto al hiperespacio.
-Lanzad cazas de interceptación -ordenó Ozzel nervioso, pues sabía que se había equivocado y temía el castigo de Lord Vader. -Quiero esa nave destruida y lo quiero ya.
Los cazas salieron del enorme destructor, pero ya era tarde para alcanzar a la rápida lanzadera que les sacaba demasiada distancia, mientras otros dos cazas salieron del planeta en direcciones opuestas. El caza de Darth Vader entró en su destructor, aterrizando en uno de los hangares con suavidad y precisión milimétrica, el lord de los Siths se encaminó al puente de mando ardiendo de furia. Al entrar allí, vio como dos stromtroopers retiraban el cadáver del aprendiz de Inquisidor, mientras veía al nervioso almirante Ozzel siendo vigilado por la aprendiz que quedaba. La respiración asmática de Darth Vader hizo que todas las miradas se dirigieran a él, reinando otra vez un tenso silencio en aquel puente de mando y el miedo al castigo por el fracaso. Missa se arrodilló ante Darth Vader y agachó la cabeza de forma sumisa, esperando sin miedo el posible castigo.
-¿Qué ha sucedido aquí? -preguntó Darth Vader con ira apenas contenida, mientras su ojo amarillo y parte de su pálido rostro era visible a través de su dañado yelmo. -Responde aprendiz, mi paciencia es muy limitada...
-El almirante Ozzel desobedeció sus órdenes y el aprendiz Slim se puso de su parte, guiado por el miedo -Missa habló con suavidad y tranquilidad, sin alzar su cabeza en ningún momento hacia Vader, sabiendo que su vida estaba en juego. -La debilidad y la desobediencia no están permitidas, murió por ello y como advertencia al resto de oficiales.
-Aun así escaparon varios de los Jedis y el renegado Darth Maul -acusó con su voz asmática y avanzando de manera lenta hacia Missa, evaluando su reacción ante aquel fallo por su parte. -¿Eso no te hace responsable de haberme fallado?
-Es cierto, lord Vader -asintió Missa con la cabeza, apretando los puños con ira al recibir aquellas palabras, pero manteniendo la calma para no hacer ninguna estupidez. -Solo los débiles e inútiles intentan huir del castigo de sus acciones. Estoy lista para recibir el castigo por mis fallos.
-Que así sea...-asintió Vader y alzó a Missa con la Fuerza, empezando a estrangularla sin tocarla, esperando sentir miedo y debilidad en ella. Sus crueles ojos se cruzaron con los de su víctima, encontrando únicamente en ellos ira y sed de venganza. Sonrió levemente bajo su yelmo y la arrojó al suelo de la cubierta de mando, liberando su letal presa. -La próxima vez no detendré mi mano... Quinta Hermana. Sirve implacablemente y obtendrás más poder, falla y morirás...
-Sí... Lord Vader...-consiguió balbucear desde el suelo Missa con odio, mirando como se marchaba el Lord Sith de vuelta a sus aposentos con paso renqueante. -No, no volveré a fallar jamás.
Las alarmas sonaron por todo el castillo de Vader, aún seguía llamándolo así Missa pese a haber pasado cinco años de su muerte, junto al Emperador en la batalla de Endor. La Nueva República había venido al sistema Mustafar, estaban persiguiendo a los remanentes imperiales por toda la galaxia y ahora era su turno. El asalto había sido un ataque rápido y por sorpresa, encabezado por el temible maestro Jedi Skywalker. Una sonrisa irónica apareció en sus labios, pues había tenido acceso a los archivos del propio Darth Vader y había descubierto que era el padre del maestro Jedi, que ahora encabezaba el ataque contra Mustafar. Todo el castillo tembló por el bombardeo, mientras Missa corría seguida de varias decenas de soldados de negra armadura, tenía que detener la incursión de Skywalker y matarlo o todo lo que había logrado durante su vida se derrumbaría, como un castillo de naipes de pazaak.
El caos llenaba aquel hangar, soldados imperiales y del Inquisitorium luchaban desesperados contra los soldados de la Nueva República, sacrificándose de forma fanática por detener al invasor. Missa tembló levemente y su pálido rostro se crispó al sentir una perturbación en la Fuerza, sus ojos amarillos recorrieron el hangar y lo vieron, era Skywalker que avanzaba con paso tranquilo blandiendo su sable verde esmeralda, deteniendo disparos con la hoja y acabando con cualquier enemigo a su paso. Detrás de él un enorme Wookie rugía disparando su ballesta láser y derribaba con sus fuertes brazos aquellos soldados enemigos, demasiado imprudentes como para atacarlos de cerca, a su lado un contrabandista de sonrisa cautivadora y movimientos rápidos cubría al Wookie con su pistola. Missa sabía quién eran, aquel dúo eran los amigos de Skywalker y oficiales de las fuerzas de la Alianza Rebelde, eran peligrosos pero no tanto como ella. Lanzando un rugido de la Fuerza, arrojó por los aires a un grupo de soldados enemigos y avanzó, matando todo a su paso con su sable carmesí, moviéndose cómo una bailarina en mitad del caos de aquella batalla, con su pelo negro trenzado agitándose en su inclemente avance hacia el Jedi. Luke Skywalker la vio y alzó su sable esmeralda en posición de saludo, dispuesto a enfrentarla en combate singular con tranquilidad absoluta. Missa gruñó y cargó de forma brutal contra él, lanzando un aluvión de pesados y fuertes ataques de sable de luz, que eran parados por el sable esmeralda. Los dos se movían casi sincronizados, lanzando estocadas y fintas, empujones y agarrones de la Fuerza, buscando superar a su enemigo en combate cerrado, ajenos a la brutal y desesperada batalla que se libraba a su alrededor. Missa alzó su mano derecha y un torrente de arcos eléctricos salieron de la punta de sus dedos, para electrocutar a Skywalker, pero este alzó su sable esmeralda conteniendo los letales rayos y desviándolos contra su enemiga. Un grito de dolor salió de los labios de Missa cuando los rayos de la Fuerza la golpearon, sintió cómo partes de su armadura se derretían, su pelo se erizaba y la electricidad mordió su cuerpo. Skywalker la vio caer envuelta en humo, avanzó hacia la inquisidora caída con tranquilidad, decapitando a dos soldados imperiales de armadura negra, para detenerse ante ella con el sable esmeralda aún encendido. Missa gimió echa un ovillo, su cuerpo se negó a moverse y sus ojos amarillos vieron al maestro Jedi alzarse imponente ante ella, antes de perder el conocimiento y sumirse en la oscuridad.
Un largo crujido sacó a Missa de sus recuerdos y se sorprendió de escucharlo, pues en su estado no debería poder ver, oír o incluso pensar. Su prisión de carbonita se estaba desmenuzando y cayéndose a pedazos sobre el frío suelo de metal de su celda. Missa cayó de rodillas entre los restos de carbonita que se empezaba a evaporarse, sus manos se cerraron en uno de aquellos irregulares trozos de piedra porosa y lo uso para golpear el atenuador sináptico que rodeaba su cuello. No necesitaba quitárselo, solo romperlo para poder utilizar la Fuerza para escapar de aquella nave prisión, debía romperlo antes de que se dieran cuenta del fallo de su ataúd de carbonita y la congelaran otra vez. Tras tres golpes y un chisporroteo del collar, volvió a sentir su cabeza despejada y la Fuerza cantar en su interior con claridad total. Missa se levantó, haciendo crujir su uniforme naranja de presa de la Nueva República y echó hacia delante las manos, para luego empujar la puerta de metal blindado de la celda con el poder de la Fuerza. Al principio pareció no pasar nada, pero luego empezó a doblarse y gemir el metal como un animal herido, hasta ser arrancada y lanzada cuatro metros hacia delante. Missa salió de la celda y vio a los droides de seguridad destrozados por fuego de bláster, se agachó ante el más cercano y recogió su fusil del suelo, para luego salir corriendo por los pasillos iluminados de un rojo carmesí en dirección a las cápsulas de salvamento. No sabía por qué todos los droides estaban destruidos y tampoco quería saberlo, pero iba a aprovechar aquella oportunidad que tenía ante ella. Decenas de presos gritaban que los liberará, golpeaban frenéticos las puertas de sus celdas o la insultaban cuando la veían alejarse, a ella solo le importaba una cosa escapar y ser libre, para vengarse y recuperar su poder.
Entró en la sala de salvamento y se acercó al terminal de control, accedió a los menús de lanzamiento y programó el despegue de todas las cápsulas para sesenta segundos. Missa se apartó del terminal y entró corriendo en la cápsula de salvamento más cercana, se sentó y colocó el arnés de seguridad, mientras lo hacía notó cómo la fuerza del lanzamiento de su vehículo de escape la presionaba contra su asiento. Una sonrisa apareció en su pálido rostro, al ver desde el cristal de observación cómo la nave prisión quedaba atrás en dirección opuesta a la suya y era libre. Ahora únicamente era cuestión de tiempo de que una nave la encontrará, mataría a su tripulación, para iniciar otra vez el ciclo de vengativo odio contra los Jedis y la Nueva República.
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