De cada decisión tomada y no tomada nace una miriada de universos paralelos, a su vez cada uno de esos universos crean otras realidades en un ciclo sin fin. Yo soy Uatu, el vigilante y mi deber es observar, registrar y no interferir en ningún caso. Y siempre hay una pregunta en el aire, que empieza igual: ¿Qué pasaría sí...? Hoy veo otro universo, nos remontamos décadas después de que Steve Rogers fuera atrapado el frío hielo y en el momento en que todo cambió para esta línea temporal. Observad en silencio conmigo y maravillaos, al ver como un simple acto lo cambia todo.
La muerte había salido del frío mar Atlántico y castigado aquella tribu de esquimales, su pecado había sido la caza furtiva de focas y la adoración a un falso dios. Los pocos supervivientes huyeron despavoridos, dejando detrás de él la arrasada aldea y escapando a los fríos glaciares de la ira del señor del mar. Namor se alzaba en el centro de las ruinas, su piel blanca estaba salpicada de sangre y sus ojos azules ardían con ira apenas contenida, se acercó otra vez al monolito de hielo que adoraban aquellos salvajes. Pasó la mano por su fría superficie, apartando la escarcha y viendo la familiar figura que yacía en el interior del hielo, el Capitán América con su escudo. Lo había conocido durante la segunda guerra mundial, formando el equipo dispar de héroes conocido como los Invasores, admiraba su honestidad y rectitud pese a la oscuridad de aquella terrible era. Las manos de Namor agarraron aquella prisión de hielo y la arrancó del suelo, no pensaba dejar el cuerpo de aquel buen hombre en manos de la actual humanidad, para que fuera ultrajado por científicos en afán de conseguir poder. Sujetó aquel pesado bloque hielo como si fuera un ligero fardo de ropa, para alejarse de aquel destrozado lugar sin mirar atrás, internándose lentamente en las oscuras aguas del Atlántico.
Las corrientes submarinas acariciaron el cuerpo de Namor, mientras se internaba cada vez más en las profundidades del Atlántico con su preciada carga. A su alrededor, podía ver aquel ballet submarino de cientos de diferentes animales nadar y cazar en total armonía, como habían hecho desde el principio de la vida en aquel mundo. La oscuridad del lecho marino se iluminó, al acercarse a la ciudad sumergida de Atlántida, que se alzaba majestuosa, con sus largas torres y capiteles de mármol cubierto de preciosos corales multicolores, a su alrededor varias naves patrullaban el límite de ciudad con su forma estilizada. El continente había sido hundido por los Celestiales, matando a millones de esclavos humanos y sus amos los Desviantes, que habían sobrevivido gracias a su cambiante genoma y adaptándose a la vida submarina, por miedo a un nuevo ataque de sus creadores. Varios guerreros atlantes salieron al encuentro de su rey, armados con armaduras de tecnología altamente avanzada, formando dos filas ordenadas en el patio de armas a la entrada del palacio real. Namor se posó en el suelo del patio con delicadeza, aún sujetando su preciosa carga y sonrió ampliamente al ver a su eficiente guardia real recibirle.
-Traed una camilla para llevar este trozo de hielo a uno de los laboratorios -Namor lo ordenó con serenidad absoluta, a la vez que entregaba el bloque de hielo a su guardia real. -Tratad el cuerpo del interior con el máximo cuidado y respeto, hay que darle un entierro con todos los honores de un héroe.
-Si, su Majestad -respondió cuadrándose el capitán de la guardia ante Namor. -Mi señor, le reclaman en el salón del trono el primer ministro Salis y el general Nolar.
-Entiendo, gracias capitán -Namor asintió levemente, caminado hacia el interior del palacio real. -Iré a verlos inmediatamente.
Namor avanzó por los decorados pasillos hasta el salón del trono, haciendo leves inclinaciones gentiles a los criados y soldados, que se encontraba a su paso. El salón del trono era tan amplió que podía alojar tres centenares de personas en su interior, el suelo estaba cubierto losas de obsidiana y enormes columnas de mármol subían al techo abovedado cubierto de oro, las altas paredes nacaradas estaban iluminadas por globos bioluminiscentes y en el extremo más profundo de la sala, estaba el enorme trono sobre una plataforma de granito, hecho de coral blanco poroso y había encajado en el respaldo un tridente de oro con sus hojas apuntando al techo. Allí junto al trono lo esperaban, el general Nolar vestía un traje de malla negro bajo su armadura dorada y una capa de color azul caía desde sus hombros hasta por debajo de sus rodillas, su largo pelo negro estaba atado en una larga cola de caballo, dejando a la vista un rostro duro como la piedra. En cambio, el ministro Salis vestía solo con una larga túnica de color añil con bordados en oro sobre su encorvado cuerpo, su pelo blanco estaba suelto, su rostro envejecido estaba enmarcado por una cuidada barba corta y sonrió levemente al ver a Namor sentarse en el trono de Altantis.
-Me habéis reclamado y aquí estoy -dijo con voz solemne Namor a los dos hombres más poderosos de su reino submarino, mientras apoyaba su espalda en el mullido respaldo del trono y juntaba sus manos frente a su rostro. -¿Qué asuntos son tan importantes y urgentes, mis nobles amigos?
-Mi rey Namor, los mares se mueren -Silas suspiró cansado al pronunciar esas fatídicas palabras, su rostro arrugado mostraba sin reparos su preocupación por el estado crítico de la situación. -La gente de la superficie está lanzando toneladas de residuos a los mares y esquilmando de forma brutal toda forma de vida bajo la superficie marina.
-Y no solo nos enfrentamos a la hambruna y la enfermedad -gruñó Nolar con ira apenas contenida, mientras apretaba los puños con fuerza. -Los humanos han atacado varios puestos fronterizos y creado bases submarinas, reclamando nuestra tierra para sus miserables nacionales de la superficie.
-Entiendo la gravedad de la situación -respondió con fría tranquilidad Namor, mirando a ambos y asintiendo levemente. -¿Es que queréis que declaremos la guerra a la superficie? ¿Qué nos lancemos solos contra el resto del mundo? -se levantó con la mirada fija en las puertas del salón del trono, por dónde entraba corriendo el capitán de la guardia real y se arrodilla nervioso, ante las miradas de los poderosos señores del reino de Altantis. -Seguiremos con esta conversación en otro momento, parece que ha surgido otro problema. ¿Qué sucede para molestar está reunión de estado, capitán?
-Mis señores, os pido perdón por molestar, pero ha surgido un problema -respondió el capitán arrodillado ante el trono y con la cabeza agachada. -El cuerpo que ha traído su Majestad no está muerto, se ha despertado y neutralizado a los guerreros que custodiaban el lugar.
-Llévame al laboratorio ahora mismo -Namor se giró y sacó el tridente del trono, pues sabía que contra el Capitán América no valían medias tintas. -¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Ambos salieron del salón del trono corriendo, internándose en los intrincados pasillos del palacio, para llegar a la zona de los laboratorios. Un pequeño ejército de guerreros atlantes permanecía parapetados alrededor de una de las puertas blindadas de acceso a uno de los laboratorios, sus rostros mostraban marcas de golpes y moratones, todas sus heridas habían sido hechas para noquear e incapacitar con una precisión quirúrgica. Namor no puedo evitar sonreír, ante aquella escena de soldados veteranos vapuleados por un único hombre, avanzó entre aquella pequeña multitud con el tridente en sus manos y suspiró ante la puerta blindada, antes de dar la orden de abrirla. Lo primero que vio fue un escudo de vibranium volando hacia su cara a toda velocidad, por instinto se tiró en plancha hacia delante y rodó, escuchando el grito de dolor del soldado detrás de él al ser golpeado en el rostro. Aprovechó a que el escudo retornará para lanzarse a la carga con un gran salto, enarbolando su tridente con sus dos manos sobre su cabeza. Las hojas del arma rasparon la superficie del escudo recogido y levantado para detener el ataque en décimas de segundo, haciendo saltar una lluvia de chispas a la vez que era apartado, a la que el Capitán América lanzó un puñetazo contra el rostro de su atacante. Namor apartó la cabeza hacia la derecha, esquivando el puñetazo e hizo girar el tridente, lanzando golpe tras golpe contra su enemigo, que era parado con precisión milimétrica por el escudo, haciéndolo sonar cómo el repicar de una campana. Ambos saltaron hacia atrás y sus miradas se cruzaron, aquel silencioso momento pareció durar una eternidad.
-Pese a estar medio siglo encerrado en hielo, sigues teniendo unos reflejos rápidos, Steve -dijo riendo alegremente Namor, ante aquella batalla que le había recordado los viejos tiempos durante la segunda guerra mundial. -Ahora baja el escudo, estás entre amigos.
-¿Namor? -la voz del Capitán América sonó temblorosa al reconocer a su viejo compañero de los Invasores y bajó confundido su escudo. -¿Dónde estoy? ¿Y qué es eso de estar medio siglo encerrado en hielo?
-Steve desapareciste antes de acabar la guerra -Namor habló con suavidad explicando los sucesos históricos de la desaparición del Capitán América. -Lo último que se supo, es que tu avión se estrelló en el mar cerca de Groenlandia y desapareciste bajo las frías aguas.
-Lo recuerdo...-Steve Rogers asintió y se dejó caer al suelo, abrumado al saber y entender el tiempo transcurrido, abrumado por el pensamiento de que todos sus seres queridos habrían ya seguramente muerto. -Pero tú pareces estar igual que hace cincuenta años...
-Es por mi fisiología atlante, Steve -Namor se sentó a su lado y suspiró levemente, entendiendo cómo se sentía un amigo. Él mismo se había sentido perdido en la superficie, por su dualidad humana y atlante. -La guerra se ganó y durante un tiempo pareció que todo iba a ir bien, pero pronto hubo más guerras y el mundo ha ido a peor. Los mares, la tierra y el cielo están contaminados por la mano del progreso y el odio contra los que son diferentes, se ha hecho fuerte en la humanidad otra vez.
-¿Entonces todo por lo que luché en la guerra no sirvió para nada? -los ojos azules de Steve Rogers se clavaron en la estrella del escudo con melancolía. -Todo ha sido para nada y por nada...
-Tal vez tu país ya no tenga salvación y esté corrupto hasta la médula -Namor se puso en pie y ofreció su mano libre a Steve. -Eres el Capitán América, el protector de la libertad y de los oprimidos, hay más países secretos que se encuentran en la misma situación que mi reino -una sonrisa de esperanza apareció en su pálido rostro, al ver cómo su amigo cogía la mano que le ofrecía y se ponía también en pie. -Atlantis, Genosha, Attilán, Wakanda o la Tierra Salvaje necesitan un líder que los mantenga unidos para sobrevivir a la crueldad humana.
-Y planeas que sea yo quien lo haga -contestó Steve a Namor entendiendo la situación a la perfección, asintiendo ante aquella causa de salvar vidas y tal vez la propia Tierra. -Si con eso salvamos al mundo y devolvemos las cosas a cómo deberían ser, entonces daré un paso al frente por la libertad y seré el líder que necesitas, al menos hasta que todo se solucione.
Ambos se miraron a los ojos y asintieron, para luego abrazarse como hermanos, listos para ese nuevo reto. Salieron juntos del laboratorio, charlando cordialmente ante los asombrados guerreros, formulando planes diplomáticos y la sugerencia de crear una confederación de países en términos de igualdad, bajo la guía del Capitán América cómo símbolo de la libertad y esperanza. El objetivo estaba claro, iban a salvar al mundo y a la humanidad de sí misma, haciendo que encontrarán otro camino diferente al actual, cargado de odio y ambición.
Con el tiempo los monarcas de esos países formaran un grupo de héroes, conocidos como los Vengadores y salvarán el mundo miles de veces liderados por el Capitán América, pero eso otra historia para otro momento y lugar. Yo soy Uatu, el Vigilante y veo una miríada interminable de universos, que se despliegan ante mí, nacidos solo de una sola pregunta en un momento determinado. ¿Qué pasaría sí...?
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