Un canto coral salía por los altavoces interiores del Rhino, amortiguando el sonido de la artillería y las explosiones de los bombardeos. Hilos de humo gris brotaban con suavidad perezosa del incensario, que se agitaba sin cesar del techo del compartimiento de tropas. El murmullo de los rezos salía sin parar de los labios de las Hermanas Arrepentidas y se transformaba en una cacofonía de palabras, mientras eran observadas por la hermana asignada a vigilar a aquellas penitentes. Nuria pudo sentir el odio y desprecio en su mirada, aquella hermana había sido recompensada con el rango de Ama de las Arrepentidas, por su crueldad y fidelidad a la nueva Canonesa. Cerró los ojos, olvidándose de la Ama y meditando en los sucesos del último año, todo había cambiado tras la muerte en batalla de la Canonesa Yurena y el ascenso al cargo de la hermana Judith. El propósito puro y devocional de la orden de la Espada Sagrada había sido cambiados por los intereses de poder, influencia y renombre de la Canonesa Judith. Todo aquel que se desviará de su retorcida interpretación del credo imperial en la orden, era condenada y censurada hasta acabar en las escuadras de Hermanas Arrepentidas por una falta real o inventada. El canto coral se apagó de golpe de los altavoces y fue sustituido por una voz metálica, que retumbó por todo el compartimiento de tropas, a la vez que la rampa trasera de desembarco se desplegaba.
-¡Desembarcar! ¡Desembarcar! -rugió el servidor que pilotaba el Rhino con voz neutra por los altavoces. -¡Desembarco en proceso!
Nuria y el resto de Hermanas Arrepentidas se incorporaron asiendo sus enormes evisceradores, mientras notaban sobre sus cabezas chasquear el látigo neuronal de la Ama. Un viento frío y cortante las recibió al desembarcar, jirones de humo salían de los cuerpos destrozados por la artillería, el empalagoso hedor a carne quemada mezclado con el metálico de la sangre derramada les llenó las fosas nasales. Escuadras de Hermanas Arrepentidas, Arcoflagelantes y media docena de Castigos del Penitente tomaban posiciones entre los supervivientes del séptimo de Iridia de la guardia imperial. Nuria frunció el ceño, al ver la disposición de tropas desplegadas por la Canonesa Judith, se atrevió a mirar hacia atrás y vio cómo las Hermanas de Batalla formaban un segundo frente detrás de ellas en vez de unirse al ya existente. Un escalofrío recorrió su médula, no las habían desplegado para salvar la línea de la Guardia Imperial, sino para ser carne de cañón y así acabar con los enemigos supervivientes con descargas cerradas de fuego de lanzallamas y Bólter. Nuria respiró profundamente y empezó a entonar la letanía de protección del Emperador, pidiendo por sus Hermanas Arrepentidas y por los Guardias Imperiales que los acompañaban.
-¡Preparaos pecadoras! -rugió la Ama dando latigazos a las integrantes de la escuadra de Hermanas Arrepentidas sin piedad alguna, sonriendo con crueldad y odio hacia ellas. -Los herejes hijos de Angron ya vienen. ¡Luchad y morir por el Emperador!
Nuria vio que la escena se repetía en las demás escuadras de Arrepentidas, sabiendo con certeza que las habían condenado a una muerte violenta. Apretando los labios, miró hacia delante y escudriñó la densa niebla que cubría las posiciones del enemigo como si fuera un sudario mortuorio, a la espera de ver al enemigo abalanzarse sobre las líneas imperiales. Como si su temor fuera un reclamo, centenares de enemigos salieron como una marea formada por cultistas envueltos en ropones roñosos empuñando pistolas y cuchillos toscos, guardias traidores de uniformes sucios avanzaban sujetando sus rifles automáticos y sonriendo de manera maniaca, mutantes y engendros deformes se arrastraban aullando presas de la locura. Los bólters pesados y los rifles láser sé la guardia rugieron, segando escoria enemiga, mientras en el límite de la niebla figuras enormes enfundadas en servoarmaduras de un rojo sangre y con adornos en latón observaban la matanza con un tranquilo desprecio. Nuria blandió el eviscerador como si fuera un mandoble medieval, segando miembros, decapitando cabezas y partiendo en dos a todo enemigo que se acercaba demasiado. La lucha era como nadar contra corriente en un mar tumultuoso, un solo error y serían despedazadas por la marea de maníacos y asesinos homicidas. La sangre corría entre los cadáveres, transformando el suelo en un lodazal, los Arcoflaguelantes se lanzaban azotando con sus sinuosos brazos acabados en múltiples látigos de acero, presas de las drogas que inundaban sus cuerpos, atacando incluso mientras eran despedazados y apuñalados. Los Castigos del Penitente bañaron en fuego purificador a los Perdidos y Condenados, sus enormes brazos mecánicos rematados en sierras mecánicas segaban enemigos como si fueran campos de trigo. El hereje atado al centro de su estructura gritaba, al ser torturado por aquella máquina destrucción, obligándolo a entrar en un frenesí asesino, hasta ser derribado por aquella rugiente horda. Los guardias imperiales calaron sus bayonetas e intentaron aguantar el choque con aquella chusma asesina, entrando en un desesperado combate cuerpo a cuerpo, mientras los Comisarios Imperiales vigilaban y ejecutaban a cualquier guardia que intentará retirarse del frente.
La Canonesa Judith observó desde lo alto de un búnker destruido que se cernía sobre viejas trincheras, como desarrollaba aquella carnicería, a apenas a un par de kilómetros de sus ordenadas líneas de Hermanas de Batalla. Una sonrisa apareció en su rostro empolvado con cenizas blancas, la línea de guardias imperiales y de penitentes estaban aguantando, luchando en un desesperado combate que estaba condenado al fracaso y finalmente a la muerte. Aquello solo era un pequeño sacrificio para darle una victoria fácil a la Orden de la Espada Sagrada y qué ella pudiera medrar ante la Inquisición y la Eclesiarquía. Se apartó un largo mechón de su pelo del rostro y miró al cielo, donde escuadras de Hermanas Serafín estaban listas para caer sobre el enemigo en cuanto se acercará a sus líneas, cómo ángeles vengativos, el siseo los quemadores de los lanzallamas de los tanques Inmolators anunciaban sus ansias de quemar a las hordas de escoria del Caos. Los rezos de las escuadras de Hermanas de Batalla a la vez que sujetaban sus Bólters con cuidado reverencial, mientras los tabardos de sus pulidas servoarmaduras de color plateado se agitaban por la brisa y se mezclaba con la música sacra que salía de los tanques Exorcistas, listos para descargar una lluvia de misiles contra las líneas enemigas. El chasquido de los Bólters Pesados de las Escuadras Retributoras, denotaba su impaciencia por empezar a disparar, mientras las escuadras de Hermanas Ejemplares montadas en los exoesqueletos de combate sobresalían entre el resto del ejército, cómo islas doradas de Fe y muerte a partes iguales. Judith sonrió, sintiéndose imparable con aquellas fuerzas detrás de ella, mientras su escuadra de escolta de Celestes Sacrosantas formaba a su alrededor con sus escudos y mazas en silencio reverencial.
Un grito salvaje y brutal resonó por todo el campo de batalla, deteniendo los combates y haciendo que todas las miradas se dirigieran a la zona de niebla, de donde salió una titánica figura de piel roja y enfundada en una armadura de bronce. Su pelo eran largos cables que salían de su nuca como si fueran rastras, su rostro tenía rasgos crueles y estaba contorsionado en una mezcla de odio y dolor. Sus enormes manos sujetaban una espada negra como una noche sin estrellas, capaz de partir un enorme Caballero Imperial como si fuera mantequilla. Los Devoradores de Mundos empezaron a golpear sus pectorales con su puño derecho acorazado y a gritar un nombre, que resonaba en los oídos de las fuerzas del Imperio como una condena, a la vez que abrían un pasillo a su demoníaco señor.
"¡Angron! ¡Angron! ¡Angron!"
Un instante después, las ordenadas líneas de las Hermanas de Batalla de la Orden de la Espada Sagrada se iluminaron con los fogonazos de dos docenas de teleportaciones por sorpresa, apareciendo un instante después enormes Exterminadores y Arrasadores. Las colosales figuras acorazadas atacaron con brutalidad, descargando golpes brutales con sus hachas, puños de energía o garras relámpago, mientras sus combi-bólters rugían aboca jarro contra las confundidas Hermanas de Batalla. Los cuerpos despedazados de las Serafinas caían como una macabra lluvia, mientras intentaban defenderse de las bandadas de Rapaxes y Espolones de Disformidad, que las habían interceptado en los cielos, igual que malignas aves de presa. Enormes abominaciones de metal y carne disparaban armas barrocas, que parecían salir de sus hinchados y deformes cuerpos contra los tanques de guerra. Judith soltó una maldición, a la vez que intentaba reagrupar a sus tropas para coordinar una defensa ante aquel ataque sorpresa. Había sido engañada por un montón de palurdos traidores, su victoria segura y pretensiones de poder se habían esfumado ante sus ojos. Una figura salió corriendo de entre las destrozadas filas de las Hermanas de Batalla, Judith al reconocer aquel enemigo tembló de puro terror. Iba enfundado en una parcheada armadura roja con rebordes en latón, cadenas pesadas cubrían su tabardo y acaban en crueles garfios de carnicero de los que colgaban trofeos frescos. Empuñaba una pesada hacha sierra con una sola mano y con otra disparaba su pistola de plasma, mientras rugía matando a todo lo que se cruzaba en su camino. Los labios de Judith vibraron al escapársele el nombre de Kharn el Traidor, que en ese instante alzaba el hacha hacia ella y su escolta en modo de desafío. Las Hermanas Celestes Sacrosantas avanzaron respondiendo al desafío y encendiendo sus mazas de energía, a la vez que alzaban sus escudos y activaban sus campos de protección, mientras Judith sonrió ante la oportunidad de matar aquel traidor legendario y convertirse en una Santa por ello.
Kharn corrió hacia la parte superior del búnker arrasado en busca de enemigos dignos, ignorando los disparos de las pistolas Bólter de las Sacrosantas y rugiendo al sentir el clavo de carnicero vibrar en el interior de su cráneo. La hermana Celeste Sacrosanta del centro de grupo alzó su escudo para defenderse de los disparos de plasma de Kharn, dos de ellos impactaron contra el escudo, pero el tercero le dio de lleno en el brazo con el cual empuñaba la maza, desintegrando tanto el arma como la extremidad y haciéndola caer de rodillas al suelo gritando de dolor. El resto de Sacrosantas intentaron cerrar el hueco, pero ya era demasiado tarde, Kharn saltó sobre la herida y la reventó la cabeza de un culatazo de la pistola como si fuera un melón, a la vez que hacía girar el hacha sierra con velocidad sobrenatural para detener las mazas de energía que se cernían sobre él. Intentó disparar otra vez el arma, que gruñó sobrecargándose y empezó a emitir energía de forma descontrolada, Kharn la arrojó cómo si fuera una granada a los pies de las dos Sacrosantas de su izquierda y un instante después explotó, desintegrando las piernas de ambas hasta la altura de las rodillas, arrojándolas al polvoriento suelo con las extremidades cauterizadas y retorciéndose de agonía. Judith rugió de ira y se lanzó hacia delante, desenfundando su pistola Inferno y blandiendo su espada de energía, esperando que entre las Sacrosantas supervivientes y ella fueran suficientes para detener aquel monstruo de aspecto humano. Las dos Sacrosantas atacaron a la vez, lanzando golpes sincronizados a Kharn y esperando a ganar tiempo para que Judith llegará y abrumar a Devorador de Mundos. Kharn esquivó el ataque de la hermana de la derecha y paró con el mango de su hacha el ataque de la izquierda, en ese instante Judith disparó su pistola Inferno bañando a las dos hermanas Sacrosantas y al Devorador de Mundos en fuego purificador. Las dos guerreras chillaron de dolor y sorpresa cuando el fuego las envolvió, quemando su pelo, rostros y sus tabardos ceremoniales, mientras se cocían vivas dentro de sus servoarmaduras. Kharn se arrojó al polvoriento suelo y rodó apagando las pocas llamas que habían conseguido alcanzarlo, los cuerpos de sus enemigas habían actuado como escudos humanos absorbiendo gran parte del impacto. Judith palideció al ver a Kharn levantarse con quemaduras menores y humeando, arrojó la pistola Inferno al suelo y sujetó su espada de energía con ambas manos, sintiendo cómo el miedo crecía en su interior. Kharn lanzó golpe tras golpe contra su enemiga, obligándola a retroceder hasta llegar al borde del búnker y sin piedad alguna, apartó la espada de energía de ella a un lado con el filo de su hacha, para luego patearla con un de sus botas blindadas y arrogándola a las destrozadas trincheras.
Las hordas de cultistas asesinos, guardias traidores y mutantes retrocedieron, sustituidos por las titánicas figuras acorazadas de los legionarios traidores de los Devoradores de Mundos, que sostenían enormes espadas-sierra y hachas-sierra con indolencia. Nuria miró a su alrededor, la Guardia Imperial había sido masacrada y los Arcoflaguelantes yacían destrozados sobre montones de cuerpos de enemigos, los Castigos del Penitente eran montañas de chatarra humeante y empapadas en sangre, solo quedaban en pie las mermadas escuadras de Hermanas Arrepentidas. Se giró, viendo la destrucción de la segunda línea por parte del ataque sorpresa de los seguidores de Angron, la Canonesa Judith había subestimado a los Devoradores de Mundos y lo habían pagado con sus vidas. El suelo tembló y los Astartes traidores volvieron a golpear con sus puños sus pectorales, mientras gritaban el nombre de su demoníaco Primarca. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Nuria, al ver emerger de la niebla la titánica figura de piel roja envuelta en una mutada servoarmadura de bronce bruñido. Sus crueles ojos brillaban como si fueran de latón fundido al mirar a las escuadras de Hermanas Arrepentidas, hasta al detenerse desafiante a pocos metros de ellas.
-¡Yo soy Angron! -la voz del demoníaco Primarca resonó por todo el campo de batalla, haciendo que los legionarios de los Devoradores de Mundos detuvieran sus cánticos y golpes. -Yo soy el libertador de esclavos, el asesino de tiranos y azote de los cobardes -su mirada recorrió a cada adversario, evaluando su valor y determinación, mientras continuaba con su discurso. -Podéis morir sirviendo al cadáver putrefacto de mi Padre, o ser libres de las cadenas de la esclavitud, sirviéndome a mí y a Khorne. ¡Dadme vuestra respuesta!
-Maldito engendro...- respondió la Ama adelantándose entre las Arrepentidas que estaban junto con Nuria, a la vez que señaló con el látigo neuronal a Angron. -Te devolveremos al infierno en nombre del...
La respuesta de la Ama fue acallada de un solo tajo de eviscerador y su cabeza salió volando varios metros hacia delante, salpicando la sucia tierra con sangre. Nuria parpadeó incrédula, al darse cuenta de que había decapitado a una Hermana de Batalla con su eviscerador sin ningún remordimiento. Tembló un momento y soltó el arma, para luego avanzar hasta la cabeza cercenada y cogerla por el cuero cabelludo, para levantarla hacia Angron cómo respuesta.
-Elegimos la libertad -rugió Nuria sosteniendo la mirada de Angron y sonriendo por primera vez en mucho tiempo, mientras dejaba la cabeza de su antigua Hermana de Batalla en el suelo como ofrenda. -Serviremos a Angron y a Khorne, derramaremos sangre y cosecharemos los cráneos del moribundo Imperio.
-Qué así sea -Angron asintió sonriendo cruelmente y señaló al campo de batalla destrozado. -Id y consechad a vuestras hermanas, ofreced la muerte o la libertad que os he dado. ¡Sangre para el Dios de la Sangre! ¡Cráneos para el trono de cráneos!
Aquellas palabras corrieron como fuego por la mente de las Arrepentidas, matando al resto de Amas para luego avanzar hacia las destrozadas segunda línea de batalla. Nuria se movía entre los cuerpos destrozados de sus antiguas hermanas, cosechando cráneos y saqueado equipo. Dando la misma elección que acaba de darle Angron a las heridas y agonizantes Hermanas de Batalla de su antigua orden, bajo la atenta mirada de los cirujanos de guerra de la legión de los Devoradores de Mundos. Un gemido agónico la atrajo hasta una trinchera olvidada bajo la sombra de un enorme búnker destrozado, allí yacía una única hermana de batalla con el estómago atravesando por dos enormes barras de acero ennegrecido. Al acercarse, Nuria reconoció a aquella mujer cruel, que había antepuesto su propia gloria personal al Imprerio y había condenado a muerte en las escuadras de Arrepentidas a decenas de hermanas de la orden. Su mirada se cruzó con la de la agonizante Canonesa Judith, debía pronunciar la oferta a aquella asquerosa y ególatra mujer.
-Ayúdame...-la palabra salió de los labios manchados de sangre de Judith, mientras se sujetaba el perforado vientre con manos temblorosas. -Te... lo ordeno, debes salvarme... y te devolveré tu rango... incluso te ascenderé a Celeste...
-Me das asco -respondió Nuria con el rostro contorsionado por la ira, al escuchar la desesperada oferta de Judith. -Debería haberte hecho la oferta de Angron, pero no eres merecedora de ella. Solo mereces la muerte.
-¡No! -chilló aterrada Judith, notando como la miraban con sus ojos en blanco las cabezas decapitadas de sus hermanas que colgaban de la cintura de Nuria. -Me uniré a vosotros... serviré a Angron y a Khorne. ¡Mataré a los perros del Emperador!
-¡Sangre para el Dios de la sangre! -rugió Nuria haciendo descender su eviscerador contra el cuello de Judith, sin escuchar sus desvaríos y mentiras. -¡Cráneos para el trono de cráneos!
La cabeza de Judith rodó por el polvoriento suelo, al ser separada del su cuerpo y salió un chorro de sangre arterial de su cuello, salpicando el sonriente rostro de Nuria. Sintió el líquido caliente en su rostro, el sabor salado y metálico en sus labios, mientras su cuerpo se estremeció de oscuro gozo por aquel acto de crueldad. En su frente apareció la blasfema runa de Khorne, brillando cómo si hubiera sido marcada a fuego y llenando de oscura energía el cuerpo de ella. Su mano derecha se alzó y acarició la runa de su frente con cuidado reverencial, una sonrisa apareció en sus manchados labios. Durante décadas había rezado al Emperador y solo había obtenido silencio, mientras que Khorne y Angron la escuchaban, bendecían y la habían dado un propósito. Ahora entendía por qué las Legiones habían rendido culto a los Dioses del Caos, el motivo de que mundos enteros se sublevaran en su nombre y que millares de humanos los sirvieran, la oportunidad de venganza y la posibilidad de conseguir el don de la inmortalidad. Riéndose ante aquella posibilidad, recogió la cabeza de Judith y saqueó su cuerpo, para luego dirigirse con el resto de sus hermanas traidoras para servir a Angron y Khorne, sabiendo que le esperaba la gloria eterna o la muerte, pero sucediera lo que sucediera al menos era libre.
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