El pasado de la sombra.


 La oscuridad había caído sobre la ciudad de Lusmel al llegar la noche, la Luna y las estrellas estaban cubiertas por nubes de tormenta tan negras como el alma de un demonio. Las débiles lámparas de sebo apenas iluminaban las sucias y casi vacías calles, mientras una rápida figura se deslizaba en silencio, entre las rutilantes sombras con gracia felina en total silencio. Iliar emergió de la sombra de un edificio y saltó al tejado bajo del siguiente, cayendo con suavidad sobre las tejas de arcilla y avanzando al amparo de la noche hacia el centro de la ciudad. Vestía ropas negras acolchadas ceñidas a su esbelto cuerpo, su torso estaba protegido por una armadura de cuero finamente confeccionada y su cabeza oculta bajo la negra capucha. Sus ojos negros se fijaron en la enorme mansión del centro de la ciudad, mientras sus dedos enguantados jugaban con un pequeño relicario de latón y que era su única posesión de su infancia. Con cuidado lo guardó y dio gracias a no haberse traído a su esposo Leniel, su amado podría ser un poderoso hechicero elfo que le había enseñado a usar sus poderes, pero no creía que fuera sutil en una misión como aquella y más siendo un asunto personal de ella. Soltó suave y casi silenciosa risita, mientras observaba oculta entre las sombras de un balcón las rutinas de los guardias de los muros que rodeaban la mansión de los duques de Lusmel.

Había sido una larga hora de vigilancia, observando cada movimiento de aquella parte del lienzo de la muralla, pero debía hacerlo para entrar en silencio y que no la descubrieran. Iliar cerró los ojos y se echó hacia atrás hundiéndose en las sombras, igual que un nadador se sumerge en las oscuras aguas del mar, entrando en un reino de grises y negros del mundo de las sombras. La oscuridad de las sombras del puesto de vigilancia sobre el muro tembló levemente, cuándo Iliar emergió de ellas con sus ojos relumbrando y saltó en silencio al otro lado del muro, sin que los soldados allí apostados se dieran cuenta al jardín de la hacienda. Iliar frunció el ceño al ver aquel laberinto de setos y matorrales esculpidos, sabiendo que debería ir con cuidado en su avance para evitar a las patrullas de guardias. Se concentró y se puso en cuclillas, posó su mano en su propia sombra y empezó a susurrar para darla forma, la negra oscuridad tembló y una docena de zarcillos brotaron como si fueran tallos de una planta, enredándose entre ellos hasta formar un pequeño gato hecho de oscuridad.

-Ve mi pequeño...- susurró Iliar su orden a aquel constructo de sombras, que la miró con ojos rojos y maulló obediente. -Buscame un camino que seguir...

Iliar avanzó en total silencio siguiendo a su pequeño gato, esquivando con facilidad a las patrullas o saliendo de las propias sombras de ellos y derribándolos antes que pudieran reaccionar. Se detuvo ante la enorme mansión de cuatro pisos y miró hacia arriba, sabía que su objetivo estaba en el último piso y que seguramente protegido por guardaespaldas, pero no había llegado tan lejos como para abandonar ahora. Se acercó a la gigantesca enredadera que cubría toda la fachada de la mansión, su pequeño gato se ocultó en su sombra y ella empezó a escalar, rezando mientras subía por qué ningún guardia le diera por mirar hacia allí. Ya solo quedaban dos metros, cuándo el trozo de enredadera al que se agarró crujió y se rompió, dejando a Iliar colgado de una mano. Un leve gemido de miedo salió de sus labios, al escuchar los pesados pasos de los soldados debajo de ella. Se balanceó y se lanzó contra uno de los pequeños balcones laterales, justo a tiempo antes que se rompiera el trozo de enredadera que la sostenía y cayera sobre los hombres que pasaban por debajo. Iliar se quedó inmóvil sobre el balcón, hecha un ovillo y medio oculta en las sombras, mientras escuchaba las maldiciones e improperios de los guardias. Esperó en silencio unos largos y tensos minutos que le parecieron eternos, hasta que se marcharan a seguir con su ronda, un suspiró de alivio salió de sus labios y se giró para examinar la puerta de aquel balcón. Iliar tocó el pomo de la puerta e intentó abrirla sin suerte, miró la cerradura y sonrió al ver que no era especialmente complicada, sacó de un bolsillo de su pantalón un juego de ganzúas y empezó a trabajar. Sus manos se movieron con cuidado, haciendo girar las ganzúas con delicados giros en la cerradura hasta que se oyó el chasquido al abrirse el seguro de la puerta. Su pequeño gato emergió de su sombra y se restregó contra una de sus piernas, para luego colarse por la puerta del balcón y comprobar que era un despacho vació. Iliar lo siguió y cerró con cuidado la puerta del balcón, no debía dejar rastros de su paso o la encontrarían con facilidad. Aquel despacho era espacioso, el suelo de mármol estaba cubierto de pesadas alfombras y sus paredes de estanterías repletas de libros, que llegaban hasta el techo de escayola esculpida. Un escritorio de caoba labrada con su superficie cubierta de papeles dominaba aquel espacio con un juego de tres sillas a su alrededor, dos delante del escritorio y una detrás. Iliar acarició con delicado interés los labrados del escritorio y avanzó pisando con cuidado la mullida alfombra hasta la puerta del despacho, dónde esperaba el oscuro gato sentado y moviendo la cola.

Caminaba en silencio usando sus poderes sobre las sombras para oscurecer el pasillo por dónde avanzaba, estaba ya a pocos metros de su objetivo, pero ahora venía la parte más difícil de su misión. Iliar se detuvo junto a una esquina, se pegó a la pared y echó un vistazo al siguiente pasillo. A la mitad del mismo había dos guardias armados, vigilaban en silencio la lujosa puerta de un dormitorio con el mismo celo, que un avaro guardaría sus ahorros. Iliar odiaba matar a inocentes, esperaba derribarlos con sus poderes rápidamente antes de que pudieran dar la voz de alarma, para que toda su misión para conocer más sobre su pasado no se fuera al traste. Se arrodilló junto a su pequeño gato y lo acarició despacio, mientras le susurró en una de sus orejas lo que tenía que hacer, obteniendo un aullido como respuesta del sombrío animal. El pequeño gato se levantó y giró la esquina, caminando con parsimonia por el pasillo hasta llegar ante los dos hombres y sentarse frente a ellos, mirándolos de forma divertida y maullando.

-Mmmm -dijo el guardia de la derecha de la puerta al mirar gato y suspirar aliviado. -Es solo un pequeño gato de la casa...

 -¿Un gato? -preguntó el otro guardia extrañado y mirando intranquilo al animal. -Pero si el duque odia a los gatos... 

Antes que pudieran reaccionar de la boca del gato salieron cientos de zarcillos de oscuridad que los envolvieron con una rapidez sobrenatural. Sin darles tiempo ni siquiera a gritar a los dos soldados, pudiendo solamente ver aterrados al pequeño animal, mientras se hundían en sus sombras hasta desaparecer completamente sin dejar rastro alguno. Iliar salió de la esquina y avanzó despacio, aquellos hombres ahora estaban atrapados en el mundo de las sombras y ya no eran un estorbo, luego más tarde los liberaría sin daño alguno, salvo tal vez por algunas pequeñas laceraciones y una leve congelación. Miró la lujosa puerta y una marea de emociones recorrió su cuerpo, estaba a punto de saber de dónde provenía y porque acabó malviviendo como una rata callejera de la ciudad de Ocelot. Abrió las puertas despacio y la recibió un suave olor a perfume, el ruido de risas ahogadas retumbaba por aquella enorme habitación de paneles grabados y decorados con pan de oro, la luz multicolor de la araña de cristal iluminaba toda la habitación. Los suelos embaldosados de mármol estaban cubiertos de pesadas alfombras de oriente, los armarios y mesitas eran de maderas nobles talladas y al fondo de la habitación había una enorme cama con sábanas de seda revueltas, a su alrededor había tiradas por el suelo una profusión de bandejas con restos de carne casi cruda y botellas aspecto caro medio vacías con los restos de un espeso líquido rojo. Iliar avanzó con paso firme hacia la cama, dónde yacían cuatro cuerpos entrelazados, gimiendo y riendo, hasta detenerse a un par de metros de la cama sobre una alfombra.

-Ejem...-dijo Iliar, aclarándose la garganta y cruzándose de brazos, sin apartar la mirada bajo su capucha de aquellas personas, entre las que seguramente estaba su objetivo.-¿Puedo hablar un momento con el Duque Gilbert de Lusmel

-Os dije que quería ser molestado... debería mandaros a una celda por molestarme en este momento de diversión -la voz del duque sonó fría y cruel, igual que el hacha de un verdugo. Se sentó en la cama, mostrando su rostro pálido y rasgos afilados, sus ojos y pelo eran negros como el ala de un cuervo y dirigió una sonrisa calculadora a Iliar. -Tú no eres uno de mis guardias. Dime chico, ¿quién eres? ¿Y por qué no debo matarte aquí y ahora?

 -No soy un chico...-replicó Iliar bajándose la capucha con una mano enguantada, dejando a la vista su pálido rostro, sus oscuros ojos y su pelo negros recogido, a la vez que con la otra sacaba su pequeño relicario y lo arrojó al Duque. -Mi nombre es Iliar y vengo aquí por respuestas, dámelas y me marcharé por dónde he venido. 

-Oh, uno de mis muchos bastardos y bastardas...-dijo Gilbert con un tono jocoso, cogiendo el relicario y abriéndolo, tras mirarlo un momento, su rostro se volvió duro y frío. -Eres la hija de Irin, es una suerte que estés aquí...me has ahorrado el trabajo de cazarte. ¡Cogedla y traerla aquí!!

A su orden, las tres mujeres que lo acompañaban saltaron desnudas de la cama, sus cuerpos parecían esculpidos en frío mármol blanco, sus largas melenas parecían flotar, sus rasgos eran afilados y esgrimían una sonrisa cruel mostrando unos largos colmillos vampíricos, las uñas de sus dedos parecían haberse alargado y engrosado hasta convertirse en poderosas garras. Iliar reculó y sacó su pasador de pelo, que creció en segundos hasta convertirse en una espada corta y se puso en guardia, mientras las tres vampiras la rodeaban como lobos a punto de atacar. La primera se lanzó de un saltó sobre ella, Iliar se apartó y descargó un brutal golpe de espada corta decapitando a la vampira, pero dejó su espalda desprotegida y otra de sus enemigas la sujetó por atrás. Las manos de aquel ser no muerto se aferraron a las muñecas de la muchacha para inmovilizarla, mientras la última de las tres vampiras se acercó con paso tranquilo hacia ella para golpearla. Un rugido de ira salió de la garganta de Iliar y dio un cabezazo tras otro contra la vampira que la sujetaba, hasta oír el crujido de los huesos de la nariz y del rostro romperse. La otra vampira saltó hacia delante para intentar reducirla, cosa que aprovechó para darla una patada en su estómago y luego cuándo se dobló por el golpe, un rodillazo que la cara derribándola hacia atrás por el salvaje golpe. Un grito de dolor salió de la garganta de Iliar, cuándo la vampira de detrás de ella la lanzó un golpe con sus afiladas uñas, rasgando la armadura cuero y tela de debajo de la espalda, dejando unos largos surcos rojos y obligándola a girarse para encararla. La risa del Duque Gilbert resonó por toda la sala, se había puesto unos pantalones negros y una camisa blanca, sujetaba un estoque con indolente tranquilidad y observaba la escena con genuina diversión.

-Apartaros, queridas mías. Veo que tendré que enfrentarme yo mismo a mi prole -las palabras salieron de los sonrientes labios de Gilbert, mientras se ponía elegantemente en guardia. -Veamos si mereces la pena o eres tan necia como lo fue tu madre al abandonarme para ponerte a salvo y privarte de tu herencia.

-Como te atreves...-la ira ardió con fuerza en el interior de Iliar, ahora sabía por qué había malvivido toda su infancia cómo una rata callejera, aun así no sintió odio por su madre por ello, sino un extraño agradecimiento. Respiró profundamente y se concentró en Gilbert, sin hacer caso a las dos vampiras heridas que retrocedían. -Ella al menos tuvo el valor de rechazarte, engendro chupasangre.

Gilbert se encogió de hombros como si no le importará y atacó con tu estilete a la muchacha, la cual se vio obligada a retroceder ante la rapidez y fuerza de los ataques de su sobrenatural enemigo. Iliar maldijo mentalmente, su enemigo la acosaba con un enjambre de fintas y estocadas tan veloces que para un humano normal serían imposibles de detener. Gilbert sonrió engreído al tener acorralada a su hija, su estilete empezó a marcar los brazos y piernas de su presa con leves roces del filo que abrían delgadas líneas sangrantes. Apretando los dientes, Iliar se obligó a concentrarse, esperó hasta el último momento de la embestida de su enemigo, que era el inicio de una larga estocada, para hundirse de golpe en su propia sombra como si fuera un pozo de agua, desapareciendo y saliendo de las sombras de una de las vampiras desnudas, clavando su espada corta la espalda de forma ascendente hasta atravesarla el corazón. Gilbert se giró sobre sí mismo y vio la escena lleno de sorpresa, para lanzarse furioso contra Iliar rugiendo cómo un león, pero esta arrojó el agonizante cuerpo de la vampira contra él, a la vez que volvía a zambullirse en la oscuridad antes que pudiera alcanzarla. Gilbert apartó el cuerpo muerto que empezaba a desmoronarse y convertirse en polvo, sus ojos oscuros miraron en todas direcciones en busca del siguiente posible punto de ataque de ella, mientras la vampira superviviente se escondía asustada en la cama y temblaba presa del miedo.  

Salió cómo un fantasma desde la sombra de un armario lanzando una estocada contra el costado derecho de su enemigo, Gilbert paró el ataque y lanzó un contragolpe de respuesta contra Iliar, pero ella se había vuelto a desvanecerse entre las sombras. Aquel baile de ataques fugaces y huidas no hacía más que repetirse, Gilbert tras unos minutos volvió a sonreír al reconocer el patrón de ataque de ella y esperó pacientemente el siguiente envite. Iliar salió de las sombras que proyectaba la enorme cama para ensartar el pecho de su enemigo con su espada corta, el arma atravesó el pecho de Gilbert hasta la empuñadura y una sonrisa feroz apareció en su rostro, pero desapareció de golpe al ver aterrada cómo el pecho del vampiro se había transformado en un remolino de niebla. La mano libre de Gilbert salió disparada y agarró el cuello de ella, alzándola como si fuera una muñeca de trapo y obligándola a que soltará la espada corta, que cayó sobre una de las mullidas alfombras.

-Has dado mucha guerra, mi pequeña -dijo con un tono de aprobación Gilbert, mientras Iliar se debatía pateándolo e intentando formar un hechizo sin éxito. -Deja de pelear y acepta tu destino, no seas tan idiota cómo lo fue tu madre. Jamás envejecerás y no tendrás que tener a la muerte por qué tú misma serás su encarnación...

Un maullido rompió el discurso de Gilbert y lo hizo mirar hacia la entrada de la habitación sin soltar a Iliar, un pequeño gato tan negro como el plumaje de un cuervo avanzó con paso rápido por la alfombra hasta el centro de la habitación. El animal se sentó, miró a Iliar y soltó un maullido que pareció resonar por toda la habitación, el pelaje de su lomo tembló y de él salieron decenas de largos zarcillos de oscuridad, que golpearon las paredes cómo si fueran veloces látigos, destrozando los paneles de madera labrada y dejando al descubierto enormes ventanales que habían estado ocultos. Gilbert soltó una maldición y arrojó al suelo a Iliar, la muchacha le había tendido una trampa, le había entretenido hasta el amanecer y ahora la luz del sol naciente empezaba a filtrarse e iluminar con su cruel luz la habitación. Iliar vio tirada desde la alfombra como su padre huía hacia la puerta, mientras pequeños hilos de humo salían de las zonas dónde la luz del sol había incidido sobre su cuerpo. Determinada a no dejarle escapar, alzó su mano derecha utilizando hasta la última pizca de su poder, hizo que salieran largos hilos de oscuridad de cada sombra de la habitación, que se enredaron en las piernas del vampiro, inmovilizándolo y dejando que el brillante sol lo quemará.

Los gritos de agonía y muerte de los dos vampiros resonaron por toda la habitación, mientras ardían cómo teas por la luz del sol y provocando que empezara un incendio al prenderse la cama y una de las alfombras con los restos en llamas. Iliar se puso en pie dolorida, sangrando por una docena de cortes y totalmente agotada para escapar del fuego que devoraba con ansia la habitación, su gato maulló y ella lo siguió al interior de las temblorosas sombras que provocaba aquel descontrolado incendio. Mientras se hundían en la oscuridad del mundo de las sombras para volver con su amado Leniel, no pudo evitar temblar al pensar que vida habría tenido si su madre no hubiera escapado y se hubiera abandonado a la depravación de ser una vampira.

 

 


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