El caos y la anarquía se habían extendido con rapidez por el planeta, los gobiernos no habían actuado con eficiencia ante aquel virus que se había propagado de forma exponencial, infectando a cientos de miles de millones por todo el mundo. Gotham no se había librado tampoco de ello, el Joker había infectado con una cepa mutada a la ciudad y atacado a todos los hospitales simultáneamente. Bruce Wayne tosió sangre y sintió cómo sus pulmones se negaban a respirar, se revolvió en la cama por el dolor en soledad total, puesto que él mismo se había puesto en aislamiento para evitar contagiar a nadie de su familia. El ruido del gotero se mezclaba con la bomba de aire del respirador, sus ojos agonizantes miraron hacia la oscuridad de la noche y a la inmensa Luna visible a través del enorme ventanal de su cuarto. Se moría, cada fibra de su ser estaba al límite y sabía que su hora estaba cercana, pese a toda esa agonía su mente seguía clara como el agua cristalina y lamentaba no poder salvar su ciudad y el mundo de la destrucción a la que estaban abocados.
El ruido del ventanal al abrirse de golpe sacó a Bruce de sus pensamientos catastrofistas, el frío viento nocturno azotó su pálido y sudoroso rostro, mientras notaba cómo en su momento final de vida se acercaba. Vio cómo un objeto pequeño y de un color tan negro que no dejaba escapar la luz, entraba flotando desde el exterior al interior del cuarto. Sus ojos reconocieron aquel objeto, el último anillo de los Linternas Negras que había guardado en su sala de trofeos en la Baticueva, un temblor recorrió toda su espinal dorsal al escuchar las frías y oscuras palabras, que lanzaba el anillo a su mente.
"Bruce Wayne has sido elegido... álzate frente a la muerte, únete a los Linternas Negras."
Aquellas palabras resonaron sin césar en su cabeza cómo si fuera un canto fúnebre, mientras la vida se le escapaba con cada intento de respirar inútilmente y sus manos se crispaban agarrando las sábanas de la cama. La duda llenó la cabeza de Bruce, aquel anillo podía salvarlo de la muerte y darle incluso el poder para imponer el orden en aquel mundo al borde del abismo, pero también sabía que podía deformar y corromper las mentes débiles. Las palabras del anillo se volvieron más insistentes, quería un portador vivo y no un muerto, alzado con la mente podrida por los remordimientos de aquello que dejó pendiente en vida. Soltando un ronco suspiró ahogado, Bruce alzó su mano izquierda y aceptó el anillo sabiendo, que su destino dependería de su fortaleza mental.
"Bienvenido a los Linternas Negras, Bruce Wayne álzate ante la muerte."
Dando un terrible grito de agonía, Bruce sintió la oscura energía del anillo, inundarle todo su cuerpo y quemar sus venas, al purgar la infección de su interior. Su cuerpo se elevó en el aire y se arrancó el respirador con un brutal tirón de su mano derecha, en su cabeza podía escuchar las voces de los cientos millones de muertos de todo el planeta, mezclándose cómo si fuera una extraña sinfonía escrita por un compositor demente. Las energías oscuras del anillo envolvieron por completo a Bruce, formando una esfera tan negra como una noche sin estrellas durante lo que pareció una eternidad, para luego dispersarse y dejar a la vista a la nueva encarnación de Batman. Su traje era totalmente gris oscuro, sus largas muñequeras eran de metal pulido y afilado, sobre su traje llevaba un abrigo de cuero desgastado. En su mano izquierda sujetaba una larga guadaña y su anillo negro relumbraba con poder oscuro, la parte que tendría que estar visible de su rostro estaba oculta en sombras y una aura sepulcral parecía rodearlo. Se posó sobre la alfombra persa con cuidado, para finalmente mirar a su anillo con cruel seriedad con sus ojos oscuros.
-Recuerda esto, anillo -la voz de Bruce sonó fría y dura, como el tañer de una campana anunciando un funeral. -Yo soy el que tiene el control y no me importa morir, si tengo que destruirte para evitar que me domines, por qué yo soy Batman y haré lo que haga falta para evitar que venza la oscuridad.
"Tú eres el último y único Linterna Negra, mi deber es obedecer, si así puedo evitar ser destruido."
Batman asintió complacido y se colgó su guadaña a la espada, para luego salir de un salto por el ventanal de su cuarto y descender despacio usando el poder del anillo, hasta quedar frente a la puerta de entrada de su mansión. Avanzó siguiendo la familiar fachada, mientras los recuerdos de toda su vida pasaban por su mente, cómo una vieja película en blanco y negro, se detuvo al llegar ante las puertas del garaje anexo al enorme edificio. Utilizó el poder de su anillo para abrir la puerta sin romperla y entró en su interior, vio las decenas de coches deportivos y motos allí estacionadas, caminó con tranquilidad observando uno a uno de los vehículos sin decidir cuál escoger, hasta que se detuvo ante una vieja Harley-Davidson. Una leve sonrisa apreció en su rostro y apuntó con su anillo a la moto, un rayo de energía oscura salió disparada y remodeló la moto a la voluntad de Batman, tomando la forma huesuda de murciélago gigantesco. Satisfecho con el resultado, se montó en la moto de un ágil salto y encendió el motor que rugió de manera lúgubre, para luego salir del garaje y perderse en la noche como si fuera un jinete de la perdición.
Habían pasado dos días y Gotham permanecía en una sepulcral calma, un ejército de podridos cadáveres y espectrales murciélagos patrullaban la ciudad en busca de villanos y saqueadores. Había acabado con el Joker y sus esbirros, cercenado las piernas a Bane, despertado a la esposa de Señor Frío, para que el brillante científico le ayudará a contener la enfermedad y encerrado a Man-Bat en una jaula de hueso, para evitar que esparciera aún más el virus con su mordedura. Batman observó la ciudad desde la cornisa del edificio más alto, el orden se había restablecido en su ciudad utilizando como arma el miedo a sus hordas de vigilantes no muertos, dirigidos por el resto de héroes de Gotham. Las calles estaban casi vacías, únicamente transitadas por aquellos que debían ir a trabajar o comprar provisiones, además de los cuerpos de emergencia que recorrían la ciudad. El toque de queda impuesto por él para detener el brote de aquel terrible virus, se respetaría por cualquier medio, salvándose miles de vidas o tal vez más. Un largo suspiro salió de sus labios, el siguiente paso era el más difícil de hacer, sabía que sus amigos y compañeros de la Liga de la Justicia se opondrían a las medidas que iba a imponer, para salvar el mundo. Negó con la cabeza y sonrió seriamente, podía hacerlo, él había dominado el anillo de los Linternas Negras y tenía el control sobre la propia muerte, ahora era Batman, el Jinete de la Muerte y nada, ni nadie se interpondría en su misión de salvar el mundo.
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