El helado toque del frío criogénico entumecía aún todo el cuerpo Orión Hall, solo estaba vestido con un anónimo mono flexible de color gris y había sido casi arrastrado por los Custodios desde su cápsula de éxtasis hasta aquella minúscula sala de interrogación, que solo contenía dos enormes sillas con una mesa a juego. En su interior esperaba una enorme figura enfundada en una armadura dorada, por un instante pensó que finalmente su padre se había compadecido de él y su legión. Su pálido rostro se crispó con una mezcla de ira y desilusión al reconocer el rostro estoico de Rogal Dorn, sus miradas se cruzaron un segundo que pareció durar una eternidad. Dorn tenía un aspecto majestuoso y a la vez terrible, su rostro estaba cubierto de cicatrices recientes y sus ojos enrojecidos, su dorada y espléndida armadura estaba llena de abolladuras y reparaciones improvisadas, su cuerpo desprendía un aura que era una mezcla de agotamiento, ira y frustración cuándo se sentó en la silla e hizo un gesto con su mano derecha acorazada ordenando a su hermano que se sentará enfrente suya.
-Siéntate Orión -ordenó Dorn observando a su hermano, que no había cambiado nada en los últimos siglos de encierro criogénico. Era alto y de rostro apuesto esculpido con rasgos patricios parecidos al Emperador, sus ojos oscuros eran un curioso contraste con el largo pelo color crema que llevaba trenzado, era bello y a la vez aborrecible por su don, era un Intocable cómo las hermanas del silencio. -He venido a ofrecerte un trato de redención y liberación.
-Si... yo también me alegro de verte, hermano -Orión le espetó sentándose en la silla de manera descuidada y mirando a Dorn a los ojos con rebeldía nacida del encierro injusto. -¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos en la avenida de los Primarcas, Rogal? ¿Por qué vienes ahora ofreciéndome redención y libertad, cuándo guardaste silencio en mi juicio?
-Han pasado algunos siglos...-respondió Dorn, manteniéndose estoico e impasible ante su hermano. -Eras un peligro para el Emperador por tu don, está fue la mejor solución posible. Ahora ha surgido una oportunidad para que tu legión sea liberada y redimida a los ojos del Imperio.
-Si no fuera por Sanguinius ahora mismo estaría muerto y enterrado -rugió Orión levantándose y dando un golpe con sus enormes puños en la mesa. -Así que dime qué es lo que está pasando, para que tengas que liberarme de mi prisión eterna decretada por nuestro padre.
-Eso es algo de lo que me avergüenza y me pesa en mi corazón cada segundo desde ese día -Dorn lo dijo bajando la mirada llena de pesar y vergüenza, sabía que debería haber defendido a Orión, pero tampoco quiso contradecir a su padre. -Horus y la mitad de las legiones se han rebelado, ahora mismo asedian Terra y se lanzan en tromba contra los muros del Palacio del Emperador.
-¿Horus se ha sublevado contra el Imperio? -la pregunta salió de los labios de Orión con incredulidad, a la vez que volvía a sentarse y cerraba los ojos para meditar la situación. -Eso es algo... inesperado, no lo creería si no sintiera las reverberaciones de los bombardeos desde aquí abajo. ¿Quién más se ha unido a este aborrecible acto?
-Angron, Fulgrim, Mortarion, Alpharius, Magnus, Perturado, Lorgar, Kruze y Horus son los que se han alzado contra el Emperador -cada nombre salió de los labios de Dorn con una mezcla de odio y dolor a partes iguales, a la vez que el miedo de que Orión decidiera unirse también a la Rebelión de Horus crecía en su interior. -Ahora mismo tres legiones estamos defendiendo el Palacio contra el asedio de los traidores, los Ángeles Sangrientos, los Cicatrices Blancas y mis Puños Imperiales.
-No me esperaba una rebelión por parte de Lorgar, Magnus o Fulgrim...-Orión abrió los ojos y lanzó una mirada de compasión a Dorn, negando sorprendido por aquella revelación. -¿Y qué quieres que haga? ¿Qué necesitas de mi Legión, Rogal?
-Que siembres el miedo y la confusión, para que así podamos asaltar la Espíritu Vengativo, para acabar con Horus y descabezar a los traidores -en la voz de Dorn apareció un hilo de esperanza y por primera vez en mucho tiempo una leve sonrisa. -A cambio tendrás la restitución de tu legión y tuya en el Imperio, serás libre de tu prisión de hielo. ¿Qué más quieres?
-Querría abrazar a Sanguinius en cuanto lo vea, dar una patada en los huevos a Guilliman y recuperar la hermandad que teníamos tú y yo -Orión se levantó y ofreció su mano derecha a Dorn, que al instante se la estrechó y asintieron al unísono. -Ahora que despierten a mis guerreros, la legión de los Espectros del Infinito tiene una guerra que ganar y traidores que matar.
Las explosiones de artillería, el sonido de los disparos, los gritos de guerra y agonía se mezclaban formando una terrible cacofonía que reverberaba incluso con los amortiguadores sónicos de su casco. Orión observó a sus legionarios, vestidos con sus servo-armaduras pintadas de un verde espectral con detalles dorados, listos para matar a los traidores y las entidades disformes que los acompañaban. Ahora entendía por qué les habían descongelado, la mayoría de sus hijos eran intocables y eso les convertía en la némesis de aquellas entidades, con las que se habían aliado las legiones traidoras. Orión dejó de lado aquellos pensamientos y se dedicó a lo que mejor sabía hacer, matar sin piedad a sus enemigos. Avanzó con su primera compañía, abriéndose paso a sangre y fuego, ejecutando con mortal precisión a legionarios de los Portadores de la Palabra totalmente deformados y mutados, que rugían como animales salvajes. Su espada psíquica había sido modificada para canalizar sus energías de Intocable, segando aullantes entidades de piel rojiza que empuñaban espadas y mastines de piel escamosa cómo si fueran trigo. Entre todo ese caos de la batalla, su mirada se encontró con la de Lorgar y una arcada de asco le llenó la boca, al ver la retorcida y corrupta forma de su hermano. Lorgar alzó un libro encuadernado en piel humana y recitó un párrafo, posando su mano derecha acorazada sobre la cabeza de uno de sus deformes legionarios, que yacía arrodillado ante él. Aquel Portador de la Palabra empezó a ser presa de convulsiones, cuándo Lorgar retiró su mano y su cuerpo empezó a hincharse hasta ser más grande que un Dreadnougth. La servo-armadura reventó y de su espalda emergieron un par de enormes alas de murciélago, su piel se volvió de un color rojo sangre intenso y su rostro se volvió en una máscara de ira dividida por una sonrisa cruel de dientes afilados. Jirones de vapor sanguíneo salían de los cadáveres tirados a su alrededor, envolviéndolo y formando sobre su piel una armadura de bronce con runas que brillaban con malignidad, mientras con sus garras moldeaba una parte de aquella roja niebla como un escultor demente, hasta formar un enorme hacha que tomo una terrible consistencia.
Aquel demoníaco ser rugió y se lanzó a la carga, segando Astartes leales y traidores como si fuera simple trigo con hacha, sin importar nada más que derramar sangre en su búsqueda de enfrentarse a Orión. Una escuadra de Exterminadores se interpuso en su camino y dispararon sus Bólters duales, los proyectiles explosivos dejaban terribles marcas en la armadura de bronce de la bestia, pero no consiguieron detenerla. La enorme hacha partió en dos de arriba a abajo al primer Exterminador, mientras atravesaba a otro con el pecho con su puño libre, los otros tres Exterminadores se lanzaron a la carga contra la demoníaca criatura. Orión se abrió paso entre los combates, viendo con dolor y pena como aquella escuadra de sus hijos se enfrentaba de forma desesperada a aquella abominación de la disformidad, intentando avanzar frenético para poder salvar al resto de aquella escuadra a tiempo. La demoníaca criatura hizo girar el hacha entre sus manos con rapidez mortal en un golpe bajo cortando las piernas del primer Exterminador, mientras el Astartes caía presa de la terrible arma, sus hermanos de escuadra golpearon con brutalidad. Los puños de combate chisporrotearon con terribles arcos de energía sobre la armadura y la roja piel del monstruo, haciéndolo retroceder un par de pasos y enfureciéndolo más. Las garras del demonio se clavaron en el casco del Exterminador de la derecha y apretó, a la vez que lanzaba hachazos al otro Astartes y obligándolo a retroceder para evitar la mortal hoja. Orión ya estaba a menos de cien metros del ser disforme, cuándo vio con horror cómo el demonio arrancaba la cabeza y media columna vertebral del Exterminador con un simple tirón del su mano, para luego arrojar el terrible trofeo contra el último Astarte y derribándolo por el golpe. Aquel monstruo se alzó ante el caído Exterminador cómo un gigante ante un niño, para luego lanzar un golpe de verdugo, dejando caer el hacha de carnicero contra su indefensa presa. El sonido de la hoja del hacha al impactar contra la hoja de la espada psíquica de Orión justo a tiempo, deteniendo el ataque del demonio y haciéndolo retroceder para evitar ser herido.
-¡Al fin un ser digno de mi hacha! -rugió el demonio con una voz metálica y resonante como el tañer de una campana, mientras lamía con una lengua larga el filo manchado de sangre de su hacha. -Yo soy Ka'varr, Devorador de Almas y el Verdugo de cobardes. Voy a tomar tu cráneo para el trono de Khorne.
-Me importa muy poco lo que seas, criatura -rugió Orión, señalando al Devorador de Almas con la punta de su espada y mirándolo con furia asesina. -Voy a destruirte y luego voy a acabar con la retorcida existencia de Lorgar. ¡Ven a morir monstruo!
Ka'varr soltó una risa cruel y se lanzó a la carga, atacando con furia desmedida y con golpes brutales de hacha, que habrían partido por la mitad un Rhino con facilidad. Orión esquivaba como si fuera un grácil bailarín y desviaba con la hoja de su espada cada acometida mortal del demonio, haciendo enfurecer más a aquel monstruo. Decenas de chispas saltaban con cada choque de hojas, ambos contendientes atacaban y paraban casi de forma sincronizada, mientras la batalla entre leales y traidores rugía a su alrededor cómo un mar tormentoso. Ka'varr lanzó un cabezazo en el rostro de Orión, rompiéndole la nariz y el pómulo derecho, haciéndole retroceder a la vez que una cascada de sangre salpicaba el rostro del demonio. El hacha descendió sobre el aturdido Primarca, que alzó la espada para detener el golpe de manera despertada y evitar ser partido en dos por aquella mortal hoja. La espada de Orión se rompió por el impacto, desviando en golpe de Ka'varr y abriendo un terrible y sangriento surco en la servo-armadura del Primarca desde el hombro derecho hasta su cadera izquierda. Orión cayó de rodillas sobre el sucio suelo lleno de cadáveres, mientras Ka'varr se regodeaba y reía de un modo cruel, alzando su hacha para dar el golpe de gracia. En ese instante el ataque fue detenido por el grito psíquico de agónica muerte de un Primarca, haciendo temblar el inmenso campo de batalla y obligando todos alzar sus miradas hacia la Espíritu Vengativo, que era visible sobre el cielo del Palacio Imperial como un depredador, lista para atacar a su presa.
-Qué melodiosos gritos de agonía del Ángel -las palabras de Ka'varr sonaron con cierto tono de deleite macabro, mientras apoyaba su hacha en uno de sus hombros y miraba al derrotado Orión. -No voy a matarte, te arrancaré las extremidades y haré que veas cómo mató a tus hijos, derrumbo el palacio de tu Padre y anego en sangre inocente este mundo.
-Maldito... bastardo... -Orión lo dijo apretando los dientes, sintiendo como la ira y la sed de venganza por la muerte de Sanguinius corría por sus venas como si fuera incendio. -¡Te voy a matar! ¡Por Sanguinius! ¡Por el Imperio!
Rugiendo cómo una bestia salvaje, Orión se impulsó y saltó hacia delante, apuñalando en el pecho al Devorador de Almas con el arma psíquica rota, para luego atraparlo en un abrazo de oso. Ka'varr abrió mucho sus ojos sorprendido y gritó de dolor a la vez que dejaba caer al suelo su hacha, al sentir como el aura de vacío psíquico se filtraba en su interior cómo un veneno y lo envolvía cómo una mortaja funeraria. Aterrado, empezó a golpear al Primarca con sus enormes puños, para intentar alejarlo de él y que soltará su desesperada presa, mientras el aura de negación psíquica se extendía como una inundación alrededor de los combatientes por todo el campo de batalla. Los Desangradores y mastines de Khorne explotaban en fogonazos de luz y azufre, los legionarios corruptos de los Portadores de la Palabra se retorcían de dolor al ser expulsados de su interior los demonios que los poseían, incluso Lorgar se tambaleó y vómito sangre negra. Ka'varr abrió sus enormes alas de murciélago y alzó el vuelo, cada vez más alto, haciendo que Orión perdiera agarre en su poderoso abrazo y cayera al suelo del campo de batalla, como si fuera una piedra arrojada de un campanario, en ese instante docenas de legionarios de los Espectros del Infinito dispararon sus armas cómo respuesta y obligándolo a aterrizar entre un mar de proyectiles. Orión se levantó con la armadura destrozada por el impacto de la caída, a la vez que recogía una espada de energía de uno de sus legionarios caídos, entre sus manos parecía más un cuchillo y se encaró con el demonio. El Devorador de Almas que aterrizó con las alas desgarradas y recogío su hacha con un gran esfuerzo, para continuar con el combate a muerte con el Primarca. El aspecto imponente de Ka'varr había desaparecido, sus poderosos músculos caían flácidos, su piel rojiza estaba ennegrecida por el contacto directo con el campo de negación psíquica que producía Orión, su rostro se había vuelto famélico y chupado, como si hubiera pasado una terrible hambruna, sus temblorosas manos sujetaban con dificultad el hacha. Orión se lanzó contra Ka'varr, apartando con la espada de energía el hacha que descendía en un brutal y pesado golpe destinado a partirlo en dos, atravesando con su espada la rota armadura de bronce, clavándose en el pecho de Ka'varr y saliendo la punta por la espalda entre los omoplatos.
-¡Arhgggg! -rugió de dolor Ka'varr cayendo de espaldas al suelo y convulsionándose de agonía, mientras intentaba mantener su forma física en el plano material desesperadamente. -No... has ganado... volveré dentro de un siglo y te perseguiré como el perro... que eres. Mataré a cada hijo tuyo y apilaré sus cráneos ante el trono de Khorne...
-No...no vas a volver, monstruo -respondió Orión, arrodillándose al lado de Ka'varr y aferrando con sus manos acorazadas la cabeza del demonio. -Vas a morir de manera permanente, porque yo soy la condenación de tu especie.
De las manos de Orión fluyó una marea de poder basto y desmedido de negación psíquica, entrando como un torrente salvaje de un río en el interior del cuerpo de Ka'varr, que intentaba liberarse de las terribles manos que apretaban su cabeza sin piedad. El cuerpo del Devorador de Almas se ennegrecío y se marchitaba a toda velocidad, de su poderosa garganta salió un ululante grito de muerte que resonó por las dimensión física y disforme, anunciando su muerte verdadera en todos los planos de existencia. Los demonios de todo el campo de batalla temblaron de terror, por primera vez desde que tomaron forma en la disformidad y gimieron, desvaneciéndose a decenas de vuelta al reino inmaterial para evitar sufrir el mismo destino de Ka'varr. Orión apartó las manos del cadáver del demonio, que se estaba desmoronando en regueros de polvo y se alzó a la vez que arrancaba la espada de energía, señalando al aterrado Lorgar, que retrocedía e interponía a sus hijos en el posible camino de su vengativo hermano, cuándo un nuevo grito psíquico de muerte resonó por todo el campo de batalla. La voz fue reconocida por leales y traidores, el señor de la guerra había muerto, las legiones traidoras entraron en pánico y se desató una retirada desesperada, mientras los leales coreaban gritos de victoria y perseguían a los enemigos que huían. El chasquido del comunicador resonó en el oído de Orión, para dejar paso a la familiar voz de Rogal Dorn.
-Horus está muerto, pero nuestro Padre agoniza -la voz de Dorn resonó en el oído de Orión cargada de culpa y melancolía. -Vuelve al Palacio Imperial, necesitaremos tu ayuda para conectar a nuestro Padre al Trono Dorado.
-No voy a ir, lo siento Rogal -respondió Orión, mientras apretaba los puños y avanzaba ejecutando a enemigos malheridos que intentaban escapar. -Mi presencia hará más mal que bien, soy el Intocable más poderoso de la galaxia y nuestro Padre el mayor psíquico. ¿Qué crees que pasará si voy y simplemente estar cerca suya lo mata?
-Nuestro Padre ha estado centenares de veces rodeado de Intocables y no le ha pasado nada -la duda era visible en las palabras de Dorn, que buscaba desesperadamente una excusa para no estar solo en aquel momento tan duro. -Si no vuelves, no podré restituirte todo lo que perdiste... por favor Orión... vuelve al Palacio Imperial.
-Lo siento, hermano, pero no arriesgaré la seguridad de nuestro Padre -Orión suspiró ampliamente y se apoyó en una Rhino destrozado, aguantando las ganas de llorar o de desobedecer a su instinto para ir con su familia. -Sálvalo a cualquier precio, yo debo vengar la muerte de Sanguinius y las heridas de nuestro Emperador. No me importa la restitución de mi rango, ahora solamente deseo castigar a nuestros hermanos traidores.
Orión apagó el comunicador, evitando oír la siguiente súplica de Dorn, mientras daba la orden de ejecutar a todos los enemigos heridos y reagruparse para empezar la persecución de los traidores, que huían como perros acobardados. La guerra que había desatado Horus había creado fuertes y profundas heridas en el Imperio, que únicamente se cerrarían con la muerte de todos los traidores. Orión avanzó con sus Astartes sin mirar atrás hacia el astro-puerto de la Puerta del León, para cortar la retirada de las legiones de Astartes, soldados humanos y seres de la disformidad al espacio. Su misión estaba clara, purgaría el Imperio de traidores y llevaría cargados de cadenas a sus Hermanos ante los pies del trono de su Padre, para que fueran juzgados y ejecutados, aunque tardará milenios en realizar ese cometido.
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