La marcha de los vencidos.

 


Marchaban agotados y derrotados por aquel oscuro bosque, el miedo en sus rostros y las miradas hacia atrás eran constantes en aquellos soldados, que huían tras la malograda batalla del llano de Valgar. El capitán Amel Berger suspiró agotado, llevaban huyendo cuatro días seguidos sin detenerse apenas para dormir un par de horas y comer las pocas raciones frías que les quedaban, sabiendo que el ejército enemigo les perseguía. Podía sentir la tensión en cada hombre y mujer que le rodeaban, tres centenares de soldados que había podido reunir y salvar de aquel desastre, los gemidos de los heridos se mezclaban con los sollozos de miedo. Apartó su mirada, mientras la rabia y el miedo batallaban en su cabeza, habían sido abandonados por el general Van Graf en la mitad de la batalla, había usado a las unidades de guerreros rasos y levas ciudadanas como escudo de carne ante el ejército de no muertos, retirándose con todas las unidades de élite y acorazadas sin ni siquiera mirar hacia atrás. Amel tembló al escuchar el filo de las armas caer sobre aquellos que acababan de morir, era algo horrible e ignominioso, pero no había tiempo para enterrar y consagrar a los que iban muriendo, teniendo que decapitarlos para evitar que sus perseguidores los levantarán como zombis, evitando que incrementarán sus números con cada guerrero que moría en aquella desesperada huida.

El grito de alarma despertó a Amel y se levantó gruñendo igual que perro, desenvainando su espada, los exploradores del enemigo los habían encontrado y tenían que acabar con ellos rápidamente, para volver a huir. Decenas de renqueantes zombis avanzaban a trompicones, vestían los mismos uniformes de aquellos que perseguían, gemían hambrientos de carne humana y sujetaban armas melladas de forma laxa con sus nudosas manos. Los gritos de los sargentos resonaron sobre los gemidos de los no muertos, ordenando a los aterrados soldados y soldadas que formarán para repeler al enemigo que unos días antes habían sido sus camaradas, familiares o vecinos. Amel desenvainó su espada y se preparó para el choque, en los últimos tres días se había convertido en un experto en matar a aquellas criaturas, aun así no podía evitar sentir cómo los sudores fríos de miedo empapaban su cuerpo. Los zombis cargaron cómo un puño de carne podrida contra la formación de soldados, lanzando golpes toscos, arañando y mordiendo, insensibles al dolor o al miedo, impelidos solo por el instinto de saciar el hambre que corroía sus podridos cuerpos. Las espadas, hachas y mazas golpearon de manera precisa, decapitando cabezas y cercenando rígidas extremidades de forma metódica, mientras los soldados cerraban los huecos de aquellos que caían ante el empuje de los hambrientos zombis. Amel decapitó al zombi de una soldada, que no debía de tener más de quince años y que llevaba muerta desde hacía días por la peste que exhalaba, mientras la rabia y el odio por aquellas tácticas de terror creía en su interior, empujándolo a seguir luchando.

La escaramuza terminó de manera rápida y sangrienta, los pocos barberos cirujanos que quedaban revisaban a los heridos y separaban a aquellos que podían salvarse de los que agonizaban, para que fueran rápidamente ejecutados y decapitados. Amel sabía que era un acto terrible y desesperado, pero no pensaba dejar nada a aquellos malditos profanadores de cadáveres que comandaban al ejército de no muertos que los perseguía. Tras acomodar en camillas a los heridos y recoger todo lo útil de los caídos, dio la orden de ponerse en marcha otra vez, volviendo a internarse al interior de aquel laberíntico bosque y dejando atrás aquel sangriento claro. Una pesada lluvia empezó a caer, cuándo el reducido ejército de desesperados del Capitán Amel salió del bosque. Los gritos de frustración e ira se alzaron de sus gargantas, al ver como columnas de humo negro se alzaban de las poblaciones arrasadas, que se divisaban ante ellos. Amel cayó de rodillas, su largo pelo negro le tapó los ojos llenos de lágrimas al ver aquella destrucción, mientras la lluvia caía pesadamente, cómo si los mismos dioses llorarán ante aquella matanza sin sentido y cruel. El ruido de pesados pasos y del chapoteo despreocupado del avance de un ejército detrás de ellos, lo hizo levantarse empapado y con la mirada ardiendo de determinación para enfrentarse a su terrible destino.  

Del bosque salieron hordas de zombis que avanzaban a desordenados y sin coordinación ninguna, cómo si fueran un enjambre de insectos en busca de una presa que devorar. Contrastando con los zombis, ordenadas falanges de esqueletos equipados con armaduras y armas cubiertas de herrumbre, los siguieron con paso sincronizado y ordenadas filas con sus raídos estándares ondeando por la tormenta. Sobrevolándolos cientos de cuervos, murciélagos y buitres formaban círculos sobre el ejército de desesperados humanos, esperando darse en breve un banquete, mientras los relámpagos dejaban ver cientos de espectros gemir sobre el ejército de no muertos. Amel vio entre las filas salir una esbelta figura acorazada de una bella mujer de rostro pálido, su cabello rojo como la sangre parecía mecerse con el viento de la tormenta y sus ojos azules eran fríos cómo el hielo, sus sensuales labios formaron una sonrisa cruel dejando ver unos largos colmillos de vampiro.

-Habéis luchado bien, humanos -la voz de la vampira se escuchó pese a la terrible tormenta, llegando clara y nítida al desesperado ejército de Amel. -Si os rendís y nos juráis pleitesía a los Maestros de la Sangre, viviréis cómo nuestros siervos.

-¿Cómo podemos confiar en las palabras de una chupasangre cómo tú? -preguntó Amel señalándola con su espada, mientras ambos ejércitos formaban para la inminente batalla.-Nos habéis acosado y perseguido durante días, levantado a nuestros muertos contra nosotros y arrasado nuestra tierra natal. Aceptar vuestra oferta, me haría un traidor a mis soldados y a mi tierra.

-Que así sea, humano -la vampira asintió descolgando de su cinturón su pesada maza y alzándola a la tormenta.-Vuestro destino entonces será servirnos en la otra vida. ¡Cargad!

A la orden de la vampira, todo el ejército de no muertos se lanzó a la carga contra los humanos, chocando con ella a cabeza con violencia desmedida. Amel luchaba con furia metódica, intentando abrirse camino hacia la general vampira del ejército enemigo, teniendo la certeza que si ella caía todo aquel ejército de muertos vivientes se desmoronaría cómo un castillo de cartas. La general vampira barrió el aire con su maza, destrozando cabezas y escudos con una fuerza inhumana, abriendo un camino entre los aterrados humanos y riendo de forma desquiciada, buscando al general humano que le había desafiado. La mirada de Amel se cruzó con la de la vampira, estaban cara a cara en mitad de aquel torbellino de muerte y violencia, evaluándose mutuamente antes de empezar aquel singular combate a muerte. La vampira cargó, lanzando terribles golpes de maza contra Amel, obligándolo a retroceder, esquivando y parando los furiosos ataques, notando como su cuerpo se estremecía con cada parada desesperada. Amel gruñó y contraatacó lanzando un aluvión de fintas y estocadas, que eran paradas con suma facilidad por aquella terrible vampira, cómo si estuviera entrenando con un niño demasiado voluntarioso en de contra un guerrero entrenado. La vampira sin piedad lanzó una patada en el estómago de Amel, el brutal golpe abolló la coraza y lo hizo caer hacia atrás sobre el embarrado suelo. Desesperado, Amel alzó la espada, pero la maza golpeó inmisericorde rompiéndole la mano con la que sujetaba el arma, lanzando un grito de dolor al sentir el terrible golpe, viendo aterrado como la vampira se lanzaba sobre él y le clavaba los colmillos en su cuello. El graznido de las aves carroñeras y el terrible ulular de los espectros despertó a Amel, abrió los ojos y soltó un grito de miedo y asombro a partes iguales. Sabía que había muerto, recordaba a la vampira lanzarse sobre él y darse un festín con su sangre, se sentó y se llevó su mano al cuello por inercia, entonces se dio cuenta de que su mano destrozada estaba moviéndose cómo si nada. Se quitó el guantelete, esperando ver dedos destrozados y músculos rotos sangrando, pero en vez de eso su mano estaba intacta y pálida.

-Al fin has despertado, niño -la vampira lo dijo sentada sobre un tronco caído, su armadura estaba cubierta de sangre y barro, le sonreía con su pálido rostro con expresión divertida. -¿Dime qué se siente volver de los fríos brazos de la muerte? 

-Recuerdo que me mataste...-Amel miró a la vampira y entonces entendió la pregunta de ella, le había maldecido para ser un bebedor de sangre.-Me has transformado en un vampiro. ¿Por qué lo has hecho? 

-¿Por qué lo he hecho? -la vampira sonrió y se puso en pie, para luego ofrecerle una mano acorazada para que Amel se pudiera levantar. -Porque es un desperdicio dejar alguien valiente, inteligente y con potencial pudrirse como un simple zombi. Yo soy Anabelle, tu nueva maestra. ¿Cuál es tu nombre, neófito?

 -Mi nombre era Amel -contestó Amel agarrando la mano e Anabelle le ofrecía y poniéndose en pie, sin dejar mirar el destrozado campo de batalla que los rodeaba y sintiendo los lazos vampiricos le ataban a ella, como si fuera una correa y obligandoló a obedecer. -Entonces mi maestra. ¿Qué vamos a hacer ahora?

 -Ahora marcharemos al norte, nos reuniremos con el resto de los Maestros de la Sangre -Anabelle hizo un gesto y dos enormes caballos de piel tan oscura como la noche y ojos ardiendo con fuego espectral se acercaron con paso tranquilo. -Montemos, no perdamos más tiempo mi pequeño Amel.

Obedeció en sombrío silencio, sabiendo que ya no había vuelta atrás a su nueva condición y que jamás podría recuperar su vida anterior. Se acercó al caballo y montó con rapidez, listo para seguir a su nueva maestra, azuzado por los lazos de la sangre corrupta que corría por su cuerpo. Amel echó una última mirada a los cuerpos destrozados de sus soldados, cargado de remordimientos y amargura por aquel resultado, para luego negar con su cabeza tristemente, sabiendo que no podía hacer ya nada por ellos. Espoleó a su montura y siguió a Anabelle, mirándola con una mezcla de odio y resignación al interior de aquel oscuro bosque, dónde esperaba el ejército de no muertos, para emprender una marcha en pos de la conquista de los vivos.

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